Pájaros en la cabeza (1ª Parte): San cooperante : PANTA REI

06 septiembre 2007

Pájaros en la cabeza (1ª Parte): San cooperante

El próximo día 8 de septiembre es el "día del cooperante", San Cooperante, vamos. A muchos tendrían que sacarles los pájaros de la cabeza a golpe de pragmatismo. Poco queda ya del romanticismo que envolvía antano a la figura del cooperante/humanitario. Desde Angola, al igual que desde Espana la Asociación Espanola de Cooperantes está creando debate sobre esta figura. Ahí va un artículo de Jordi Raich que habla un poco sobre el tema. Con razón en algunas cosas menos acertado en otras, pero siempre manteniendo el espíritu crítico que debe caracterizar a una forma de vida más de entre las muchas que hay, una elección personal como otra cualquiera, nada más. El romanticismo acaba donde empieza un trabajo bien hecho, el resto, eso, es la vida, tal y como podría transcurrir en cualquier otra parte del mundo. Por cierto, no me felicitéis que mi santo fue el cuatro de agosto.



A finales de abril del año anterior, el consejo de ministros fijó el 8 de septiembre como Día del Cooperante. Semejante despropósito representa la culminación del proceso de beatificación del cooperante, ese Robin Hood moderno que usa el dinero de los ricos para ayudar a los pobres, ese Quijote del siglo XXI que ha substituido los gigantes de La Mancha por guerras en África y el código de caballería por el credo solidario.
La creación del 'Día de San Cooperante' permite a la administración y a las ONG consolidar un nuevo superhéroe social, un modelo alternativo que esgrime la solidaridad para competir con los valores estrella de la narcisista sociedad occidental: belleza, fama y dinero, encarnados por otros superhéroes: top models, actores y futbolistas.
Que nadie se lleve a error. Promocionar la solidaridad y la generosidad es loable y necesario, pero establecer un Día del Cooperante para ensalzar su abnegación, recordar a los 'caídos en combate' y convertirlo en la voz de nuestra conciencia es la respuesta equivocada a la pregunta correcta. Hacer del cooperante el icono moral de nuestros días degrada la solidaridad como valor, menosprecia al ciudadano y desvía la atención de las cuestiones importantes.
El uso de la solidaridad como abrillantador de imagen no es nuevo, basta comprobar la profusión de celebridades que apadrinan niños, crean fundaciones, donan millones para construir escuelas y, por supuesto, lo proclaman a los cuatro vientos. Tampoco es novedad el aura de santidad que protege a los cooperantes, a pesar de que entre ellos hay muchos incompetentes al frente de programas de ayuda desastrosos, que sirven a las órdenes de los intereses nacionales de su gobierno, o que dirigen una ONG fantasma. Pero necesitamos creer que aún quedan ocupaciones no guiadas por los beneficios donde se afanan seres altruistas y con principios. Para no decepcionarnos, protegemos a los cooperantes con una coraza de hipocresía colectiva que les coloca más allá del bien y del mal y repele cualquier crítica en aras de 'objetivos superiores': socorrer al hambriento, dar cobijo al desamparado...
Por supuesto que hay infinidad de cooperantes que realizan una tarea extraordinaria. Pero no son unos santos, sino personas como otra cualquiera, con una ocupación como otra cualquiera. Los cooperantes no son más desprendidos ni menos egoístas, ni tienen ideales más nobles o menos mezquinos que mi quiosquero. Ser cooperante es una profesión tan honrada y tal vil como la de banquero, político o mecánico.
Que la vanidad no nos ciegue. Lo importante no es el cooperante, sino el significado de su existencia, y existe porque los gobiernos de todo el mundo fracasan una y otra vez a la hora de cumplir sus promesas de erradicar la miseria, acabar con las desigualdades o garantizar la salud. No es casual que el Día del Cooperante coincida con la Declaración del Milenio de la ONU del año 2000, un documento que definió los ocho objetivos de desarrollo, entre los que destacan reducir la pobreza extrema a la mitad y conseguir la enseñanza primaria universal para el 2015. Pero, ¿alguien recuerda que ya en 1977 la Organización Mundial de la Salud adoptó una estrategia para eliminar la pobreza, el analfabetismo y las malas condiciones sanitarias titulada "Salud para todos en el año 2000"? Sin embargo, el nuevo milenio dio labienvenida a 3.000 millones de personas (la mitad de la población mundial) viviendo con menos de 1'6 euros al día. Y, ¿alguien duda que en 2015 haremos otro alegato posponiendo nuestros objetivos al 2030?
Ante semejante panorama, no estaría de más pensar menos en lo buenos que somos y aprender la lección de nuestros fracasos. Quizás así, en lugar de colgarnos medallas, seríamos un poco más críticos y exigentes con nosotros mismos.


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