Pájaros en la Cabeza (3ª Parte): Complejidades Analíticas de la In-migración Norte-SurPájaros en la Cabeza (2ª Parte): El Papel de la Cooperación Internacional en la Mundialización de los Trabajadores de Cuello Blanco : PANTA REI

18 septiembre 2010

Pájaros en la Cabeza (3ª Parte): Complejidades Analíticas de la In-migración Norte-Sur


















Algunas ideas para un proyecto de post políticamente incorrecto:

De la posibilidad de poner patas arriba, ya no la escuela (que eso ya lo hicieron otros), mas sí el marco cognitivo en la lucha contra la inmigración.

Al tiempo que en las sociedades occidentales (en las Sociedades Opulentas, en el sentido de Galbraith) la beatificación del e-migrante (encarnado en la piel del cooperante) va pareja a la demonización del in-migrante (encarnada en la piel del desposeído), deberíamos preguntarnos sobre las consecuencias de cuando se den cuenta allí por el Sur que es justo y legítimo aplicar también en sus sociedades una dosis de la misma medicina que "los otros" han estado usando con ellos durante décadas (discriminación, ostracismo, construcción de muros y barreras tanto físicas como jurídicas para impedir la entrada, criminalización, persecución, etc.).

¿No es verdad que la globalización ha abierto la puerta a los flujos de intercambio (incluidos los intercambios humanos) bidireccionales, en cuanto históricamente estos se daban meramente en un único sentido (desde las colonias hacia la polis)? ¿Y no es verdad también que se ha atribuido a cada sentido del flujo un significado y una carga simbólica totalmente distintas a la vez que opuestas, convirtiendo al flujo ascendente de individuos (S-N) en un "problema social" mientras que al descendente (N-S) en una "cuestión humanitaria"?

¿En qué se diferencia un cooperante de un in-migrante (con toda la carga peyorativa que este último detenta, visto como un desposeído, un ilegal o una amenaza para el bienestar de la Mayoría Satisfecha de Galbraith)? ¿Es más, por qué no se le atribuye al cooperante entre la Mayoría Satisfecha la etiqueta de In-migrante (aunque lo verdaderamente llamativo es que ni siquiera se le atribuye la de E-migrante), y sí de embajador de valores solidarios y moralmente justos? 

Paradójicamente, quizás la única diferencia entre el inmigrante "ascendente" (S-N) y el "descendente" (N-S) sea que mientras el primero lucha para conseguir una movilidad social pareja (esto es, ascendente, pues normalmente llegan para ocupar los estratos sociales más bajos), el segundo no tiene que esforzarse mucho, pues ya llega ocupando el escalafón superior en la escala social receptora. 

Como si de un sistema de poleas se tratase, cuando el individuo sube de latitud, baja en la escala social, mientras que cuando éste baja, geográficamente hablando, gana posiciones en esa misma escala. No debemos olvidar que el exceso de trabajadores de cuello blanco en las Sociedades Opulentas obliga a estos últimos a explorar (y explotar) nuevos mercados de trabajo (podríamos considerar este como uno de los fundamentos del debate sobre la profesionalización del sector de la Cooperación Internacional).
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14 septiembre 2010

Pájaros en la Cabeza (2ª Parte): El Papel de la Cooperación Internacional en la Mundialización de los Trabajadores de Cuello Blanco















El pasado ocho de septiembre en España se dedicó un año más a celebrar el Día del Cooperante. El objetivo de esa efeméride es el de homenajear a todos esos seres de buena voluntad que pululan por el mundo haciendo el bien con un único objetivo: umm, a ver, ahora que lo pienso, en realidad no sé cuál es ese objetivo; creo que cada uno de ellos tendrá sus propias motivaciones y metas, aunque todas las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales no hayan parado de proclamar estos últimos días que sí que existe algo común a todos estos individuos.

La verdad es que si para una cosa sirven estos “días de” es para incitar a la reflexión. Yo, por mi parte, tras hacer la mía propia no me acaban de salir las cuentas.

Veamos pues, cuáles son estos elementos comunes que parecen guiar a todo cooperante en su camino por ese mundo exterior. Se habla de valores, objetivos, tareas y responsabilidades comunes a todo cooperante. Se asume por tanto un cierto grado de homogeneidad entre tales individuos, lo que nos lleva a pensar que efectivamente conforman un grupo social diferenciado. Pasemos a analizar por tanto los elementos y características propias del grupo social de los Cooperantes según el imaginario colectivo español (que no tiene por qué coincidir con el de otros países ni tomarse obligatoriamente como base para la generalización).

Según el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua), se entiende por cooperante: toda “persona que ayuda al desarrollo de un país necesitado de él social y económicamente”. A su vez, el diccionario WordReference define como cooperante al “especialista de un país desarrollado que colabora con organizaciones humanitarias que trabajan en el Tercer Mundo”; y pone el ejemplo siguiente: “cuando acabó medicina se fue como cooperante a Etiopía”.

De estas definiciones podemos extraer los siguientes elementos para el análisis: 1. Los países necesitan de ellos, de los cooperantes; 2. Los ámbitos más “necesitados” son el social y el económico; 3. Son especialistas; 4. Provienen de países desarrollados; 5. Se establece la colaboración como sistema de relaciones; 6. Trabajan en el Tercer Mundo; 7. Del ejemplo de WordReference se sobreentiende que para ir de cooperante debe alcanzarse un nivel de estudios determinado y preferiblemente, según este ejemplo, de nivel superior (profesionales liberales como médicos, abogados, etc.).

De los elementos anteriores podemos inducir que dentro del imaginario colectivo español existe un grupo más o menos homogéneo caracterizado como sigue: los cooperantes forman un grupo social, cuyo origen fue la consecuencia de la elevada demanda por parte de los países del Tercer Mundo de especialistas con niveles educativos superiores. La acuciante necesidad en los ámbitos social y económico ha obligado a estos países a establecer relaciones con el grupo social de los cooperantes siguiendo un sistema de externalización de servicios (según el DRAE, colaborar significa trabajar con otra u otras personas -o empresa- en la realización de una obra, sin pertenecer a ellas –o a su plantilla-).

Siendo esa la percepción de este grupo dentro del imaginario colectivo, no es de extrañar que sean beatificados cada 8 de septiembre. Pues siguiendo esta lógica funcionalista, los cooperantes surgieron por una necesidad ajena a ellos y a la sociedad española, surgieron para responder a los requerimientos de ayuda de los países del Tercer Mundo, como prestadores de servicios. Paradójicamente, esta lógica redentora es, precisamente, la misma que se esconde bajo las desiguales e injustas relaciones internacionales contemporáneas. Así pues, como premisa para conseguir un cambio real en estas relaciones y para acabar con la desigualdad reinante en el actual escenario globalizado, debemos de cambiar este imaginario colectivo. Para ello, debemos de acabar de raíz con la continua beatificación del grupo social de los cooperantes.

Cuando se pasa de la teoría a la práctica, uno se da cuenta de que la realidad de este grupo social es muy distinta a aquella otra imagen tan estereotipada. Una de las mayores falacias a la hora de caracterizar al verdadero cooperante proviene del propio Tercer Sector. A modo aclaratorio, se incluye en este sector a todos los prestadores de servicios sociales complementarios a los (teóricamente) ofrecidos por el Estado, diferenciando entre servicios y organizaciones de Acción Social –aquellas que prestan servicios dentro de y para las propias comunidades de su entorno, Norte-Norte- y las de Cooperación Internacional y/o Desarrollo – aquellas que prestan servicios a comunidades y grupos sociales externos, ajenos a su contexto social, Norte-Sur).

Pues bien, dentro del discurso del propio ámbito de la cooperación internacional se recurre constantemente a la distinción entre los trabajadores “sobre el terreno” o “de terreno”, es decir, los expatriados y los propiamente denominados cooperantes, y los trabajadores de sede (que, en principio no se habrían ganado el derecho de ser llamados de cooperantes, sino que estos se autodefinirían como trabajadores de la cooperación internacional o del Tercer Sector). Nótese que casi siempre se distingue el trabajo de estos sujetos en términos de “terreno” y no de “campo”, pues mientras que la primera categoría incluiría sólo al grupo social de los cooperantes, la segunda incluiría a cualquier clase de científico social, ampliando el espectro a los trabajadores de las organizaciones de Acción Social (trabajadores sociales, mediadores culturales, sociólogos, psicólogos, etc.)

Y es precisamente este elemento diferenciador y discriminador el que paradójicamente más ha contribuido a la beatificación de San Cooperante así como a, tal y como decíamos más arriba, la reproducción de las bases del discurso legitimador de las desigualdades en las relaciones internacionales.

Continuando con las falsas percepciones sobre este grupo social, debería decirse sobre el supuesto trabajador “de terreno” que poco se diferencia éste de sus congéneres “de sede”. La experiencia demuestra que este cooperante de terreno acaba por convertirse la mayor parte de las veces en otro simple trabajador de oficina. Un cooperante en realidad no es otra cosa que aquello que denominamos un trabajador de cuello blanco.

Esta categoría de trabajador, usada para distinguir a la nueva clase trabajadora de la era post-industrial y postmoderna de aquella clase propia de sociedades industriales y modernas, se caracteriza por lo siguiente: un nivel de educación medio; habiéndose dado el caso en las últimas décadas que el excesivo crecimiento del número de trabajadores de cuello blanco con estudios y títulos superiores, combinado con el estancamiento en la creación de empleo cualificado ha dado origen a la vulgarmente llamada “titulitis”, es decir, al cada vez más frecuente uso de profesionales sobrecualificados para trabajos de cualificación media o descualificados y manuales; muchos de los trabajadores de cuello blanco lo son hoy debido a la imposibilidad de desempeñar profesiones liberales; no obstante el cambio de ubicación física del lugar de trabajo -el paso de la fábrica a la oficina- éste no ha venido acompañado del aumento del nivel de exigencia para el desempeño de sus funciones; existe un alto número de trabajadores de cuello blanco desempeñando funciones poco creativas y muy repetitivas, al estilo de las cadenas de montaje industriales.

Así pues, “sobre el terreno” podemos encontrar una primera categoría de cooperantes que se dedica al trabajo de oficina: escribiendo informes -uno tras otro, hostigado por las apretadas fechas de presentación impuestas por el propio sistema- , nuevos proyectos, o cumpliendo con toda la burocracia que los donantes imponen para el acceso y administración de sus fondos. Trabajo con contrapartes -como se le llama en el argot de la cooperación-, lo que significa que el cooperante se sitúa como intermediario entre el donante y el implementador de las actividades. Se convierte en un burócrata, en un dinamizador del trabajo de la contraparte, en el sentido que intenta hacer cumplir los requisitos técnicos, administrativos y morales impuestos por aquellos que, en teoría, estarían para dar respuesta a las necesidades de estos países del Tercer Mundo.

La segunda categoría la conforman aquellos individuos que se dedican a actividades más creativas. Estos pertenecen a la categoría de los Asesores Técnicos de esos gobiernos del Tercer Mundo, tan necesitados de estos guías (y no espirituales, precisamente) para llegar al tan ansiado limbo del desarrollo. Su perfil suele ser el del profesional liberal, con estudios superiores y con una visión más estratégica y macro que implementadora y micro. Sin embargo, a pesar de esa mayor creatividad y libertad de movimientos de que gozan estos últimos, siempre acaban por moverse entre montañas de estrategias de intervención y planes de desarrollo, entre oficinas de directores de departamento y ministros, entre los meandros de las relaciones sociales y políticas, por lo que “su terreno” no deja de ser una mesa y una silla entre cuatro paredes. Poca acción acaban por ver si no es la propia de los pasillos de las instituciones a quienes asesoran.

Finalmente, encontramos una tercera categoría (minoritaria) compuesta por los individuos más técnicos y especializados de todos. Aquellos médicos, enfermeras, ingenieros y agrónomos, ente otros, que son los que pueden llegar a implementar directamente las actividades de los proyectos: construyen, curan enfermedades, hacen crecer las cosechas, dan de beber. No obstante, de entre todos los integrantes de esa categoría, sólo los que trabajen en organizaciones que realicen una implementación directa de programas y proyectos -y que no lo hagan a través de las llamadas contrapartes-, tendrán la suerte de realizar el siempre tan gratificante trabajo de terreno. Apenas algunas prestadoras de servicios trabajan bajo este enfoque, siendo las organizaciones humanitarias las más dadas a este tipo de intervención, por otro lado menos compartido en los llamados contextos de desarrollo.

En definitiva, que ese tan alabado trabajo sobre el terreno -que es uno de los elementos constituyentes del grupo social de los cooperantes- es en realidad un lujo que no todos los integrantes del grupo tienen la suerte de poder vivir alguna vez o, como mínimo, de forma extensa y continuada. Así pues, en general el cooperante no deja de ser un trabajador de cuello blanco más, que bien podría estar realizando las mismas tareas en una oficina de París, Barcelona, Ámsterdam, Washington, Río de Janeiro o Shanghái. En otras palabras, el uso de la distinción entre trabajadores de sede y trabajadores de terreno –cooperantes- no tiene sentido alguno en el contexto actual.

Por otro lado, si nos referimos al ámbito de actuación social de los cooperantes según la definición del DRAE, solamente podría considerarse como tales a aquellos individuos que desarrollan su colaboración en los ámbitos social y económico. Esto es, quedarían excluidos del grupo todos aquellos individuos que trabajan en el sector de la cultura (puesto que es difícil de creer que los países del Tercer Mundo estén necesitados culturalmente de la ayuda de los cooperantes), de la religión (por tanto, ni los misioneros ni los cientos de organizaciones de ayuda de índole religiosa no podrían ser considerados desde este punto de vista como cooperantes, a pesar del grande trabajo social y de transmisión de valores que realizan) y política (paradójicamente, todas las cuestiones relacionadas con la gobernanza y gobernabilidad, tan de moda hoy día quedarían excluidas al trabajo de la cooperación). Por tanto, es el propio imaginario colectivo el que determina qué trabajos pueden ser realizados y cuáles no por los cooperantes. Es decir, la agenda de los países prestadores del servicio de la cooperación determinan la agenda, o mejor, las necesidades de los países receptores de los mismos.

Otro elemento determinante para este grupo social es la prescripción existente –e impuesta por el propio imaginario- de que los cooperantes deben servir como vehículo de transmisión de valores. Así pues, la carga simbólica del trabajo de estos sujetos parece tener tanto o más peso que el resto de elementos constituyentes de su identidad. Cuáles son esos valores y cómo y por quién pueden y deben ser transmitidos se erigen en las cuestiones fundamentales del debate.

Continuará...
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