Por fin soy algo en la vida...Desde Falcon's con amor...Días de fútbol19 Días y 500 Noches en AngolaLa maleta de un ExpatDe ahora en adelante : PANTA REI

31 agosto 2007

Por fin soy algo en la vida...


Por fin he llegado a ser algo en la vida. Todos hemos sufrido a lo largo de nuestra existencia el azote de la presión por destacar infundido por una sociedad meritocrática en sus instituciones educativas. La típica frase escuchada cientos y cientos de veces resonando en nuestras conciencias:

-Si no estudias no llegarás a nada en esta vida. Así es que no vamos a hacer nada contigo...

Pues bien, ahora, por fin, a mis veintiocho anos, ya puedo decir que soy algo en la vida:

SOY DIPLOMÁTICO!!!

Ya tengo el "Cartão diplomatico".Para muestra un botón, os lo adjunto más arriba. Un pequeno truco que nuestra administradora ha conseguido para todos los trabajadores de ACH. El cartão diplomático sólo es para esos, para diplomáticos, aunque también las ONGs pueden conseguirlo, pero sólo UNO por organización, para el Jefe de Misión. Gracias a Lucía, los vamos consiguiendo poco a poco... Espero que no se le ocurra leer este blog a ningún excelentísimo miembro de la administración angolana.

Derechos del diplomático: pues os leéis la Convención de Viena!!! Artículos del 29 al 36. No te jode? Pero bueno, para los perezosos, y para facilitaros la vuelta a la rutina -que suficiente tenéis ya la mayoría con el síndrome post-vacacional- os avanzo que no me cobran tasas por importar productos, que no me pueden abrir la maleta ni registrar, y lo mejor de todo, NO ME PUEDEN METER EN LA CARCEL!!!

Marianoooooo, saca la bolsa de ganjaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa que nos vamos al parqueeeee.


PD: de momento aun no he conseguido que los cubatas sean gratis no tener que pagar en la discoteca, pero dadme tiempo.

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27 agosto 2007

Desde Falcon's con amor...

Viernes noche, y una semana más en los albores del Trópico de Capricornio. Esta noche Vincent, Nadia, Gabriel y yo salimos a cenar fuera. Nos dirigimos al Falcon’s. A la entrada una antigua moto colgada como trofeo nos da la bienvenida. Un lugar pintoresco, tranquilo y acogedor. Poca gente, una barbacoa, unas pocas mesas y “el trío maravillas”: una batería, una guitarra eléctrica y otra española envolviendo una voz desgarrada pero agradable. Abren la noche unas N’Golas, la cerveza local, hecha en Lubango. Mientras devoramos un asado de primera, versiones de todo tipo amenizan la conversación. Es un bar de moteros en pleno trópico. Tres relucientes CBRs 500 aparcadas junto a nuestro coche lo delatan. Su dueño, un angolano descendiente de portugueses oriundos de Madeira, nos enseña su mascota entre canción y canción, un águila maltrecha y moribunda que da nombre al local. Él toca la guitarra, viste una chupa de cuero negro a lo Hell Angel norteamericano y luce un tupé que ni Travolta en Grease. Cenita de lujo y a dormir, no sin antes dedicarle un último pensamiento a ese águila que un día debió de darle esplendor a su morada, pero que ahora agoniza escondida en un rincón, junto a la barbacoa.

El sábado, como mandan los cánones, nos levantamos tarde y hacemos el ronso. Gabriel y yo ponemos a punto nuestra Villa. Sus moradores durante el próximo año serán los Villanueva y Villarubia. A la tarde, toca aprovisionarse bien de cerveza y comida. Se juega la final del Afrobasket: Angola contra Camerún. Todo el país está pendiente de la gran final y quién somos nosotros para no santificar igualmente este gran evento. A eso se le llama integración. Nos vamos al mercado a comprar. Vincent necesita unos tejanos, yo una camisa y unas chanclas. Finalmente, salgo triunfante con una radiante camisa a rayas rosas y blancas de segunda mano (sólo 200 Kwanzas, unos dos Euros). Ya puedo ir a cualquiera de las fiestas de la cooperación sin dar el cante. Las chanclas, otro día será, así que para ahogar las penas compramos dos botellas de JB y otra de Passport Scott Whisky (a unos diez Euros cada una): una se queda en Lubango y las otras repartidas en cada una de las bases, que allá el líquido de oro no tiene precio.

Acabamos de aprovisionarnos: unas cuantas Quilmes, aguacates, frijoles, jinguba (la tapa nacional, cacahuetes tostados), queso y bananas. Nadia, que es nicaragüense nos prepara esta noche un guacamole y un plátano frito para chuparse los dedos. Gabriel pone el toque europeo: tortilla de patata. Yo meto mano en todos los platos y pincho un poco de música mientras voy catando las Quilmes (ese es un trabajo arduo y complicado, no penséis que es moco de pavo, porque...y si la cerveza no tiene la calidad suficiente? Eh? Yo soy el encargado de darle el visto bueno y de que los demás puedan beber sin preocupaciones superfluas, únicamente disfrutando del sabor y aroma de la cebada). A las siete y media, nos sentamos ante el televisor a ver cómo Angola se proclama, jugando en casa y por quinta vez, campeona de África. La euforia se desata en las calles de Lubango. Nosotros, un poco perjudicados por el alcohol nos retiramos a dormir.

Domingo por la mañana. Toca fregar los platos de la noche anterior. Salimos para la cascada de Huila a pasar el día. Una buena caminata por la zona hasta llegar a una aldea pintoresca, la Cascada se llama (no muy original, por otro lado). Sus moradores, una familia bastante extensa. No quiero ni imaginar los comportamientos incestuosos que se dan allí. Vincent, negocia la compra de una cesta de morangos (unos fresones, vamos). Seguimos a tres de los miembros de la pequeña comunidad (no sabemos si son hermanos, primos o qué; les preguntamos pero no contestan, para mí que no saben la diferencia) hasta sus campos. Uno de ellos lleva un pendiente chapado en oro que, como mínimo, es de su madre y encima de pinza, que luce tan orgulloso él. La verdad, ya que tiene el valor de ponerse eso, también lo podría haber tenido para hacerse el agujero, digo yo. Se acaba de ganar una foto. Como séquito, un puñado de chavales que nos siguen mirándonos atónitos: blanquitos domingueros ataviados con cámara de fotos y de video yendo a comprarles una lechuga y fresas (somos como japoneses en la Sagrada Familia). Compramos la cena y bajamos de nuevo hasta el coche. Unas N’Golas, unos choricitos, Kizomba, Bob Sinclair…y para casa.

Para cenar, una ensaladita rica, rica, frijoles molidos con queso (otra vez la influencia nica se deja notar y, ummm, qué rico) y albóndigas, todo regado con unas buenas Quilmes y sazonado con salsa de curry. Vemos un par de documentales y a dormir. Ha sido un fin de semana gastronómico, desde Falcon’s hasta nicaragua, pasando por Argentina...
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16 agosto 2007

Días de fútbol

(Y de fondo: Poet in Process, Pista 1)

Me revuelvo en mi jaula de tela en la base de Chipindo. Me envuelve el ruido del generador y, más allá de las paredes de adobe, los cantos de los ninos llegan hasta aquí. Afuera la vida rural transcurre a la luz y al calor de las hogueras que iluminan los ojos de los rapaces. Cantan y ríen sin parar.

Un poco más allá de la base, justo en medio del pueblo, una pista de aterrizaje abre en canal a la pequena población. Antano fue la única forma de acceso a una zona aislada totalmente por las minas y las trincheras. La única comunicación con el exterior, 200 metros de tierra desbrozada sólo a medias. Hoy día únicamente la avioneta del gobernador posa su caucho en ella durante la época de lluvias. La pista está salpicada por la chatarra de algunos tanques rusos que fueron alcanzados por la artillería de los rebeldes de la UNITA. Vestigios de una época pasada aun muy presente en el imaginario colectivo de los angolenos.

Hoy es lunes. Ayer, como una típica tarde de domingo en cualquier parte del mundo, hubo partido de fútbol: Chipindo contra Kuwango. La liga regional está disputada. Se enfrentaban el primero contra el último. Tanques desvencijados a un lado y la imponente puesta de sol africana al otro. Cánticos de apoyo mezclados con la Kissomba atronadora saliendo de coches que sirven a la vez de tarima para los “chicos malos”. Vista privilegiada del terreno de juego, bar improvisado para engullir cerveza y vino de mesa en tetra-brick.

La cosa se pone fea. Los locales pierden uno a dos. Se acerca el final del partido y el colista está a punto de dar la sorpresa. Las irregularidades del terreno de juego impiden por dos veces a la delantera local marcar gol.
- Malditas piedras. Dicen unos.
- Tendríamos que fichar a Ronaldinho. Al menos corre más. Se quejan otros.

El speaker retransmite el partido en directo. Como en Campeones cuando Oliver preparaba su tiro especial con efecto, el número diez de Chipindo roza la gloria, pero, zas!, otra piedra desmonta otro ataque de los locales. Los ánimos se desinflan, pero la cerveza, el vino y la Kissomba siguen corriendo y sonando. Y entonces, a tres minutos del pitido final, zancadilla al diez de Chipindo. Penalti!!! La euforia se dispara. De repente, el público se agolpa en los límites del terreno de juego, como si de reservas que esperan el momento oportuno para saltar al campo se tratasen. Dos de los “chicos malos” bajan de su tarima motorizada para coger sitio en primera fila. Se cogen de la mano, y se miran con la emoción reflejada en sus caras. A ver quién se atreve a decirles que parecen dos palomos cojos de cojones. Piiip. El especialista decide cargar con la responsabilidad. Coge carrerilla. Su pierna de apoyo esta vez no se deja intimidar por las piedras y los cardos borriqueros. Chuuuut. Goooooooooooooool. Empate a dos. La marabunta invade el terreno. El público rodea a los dos equipos. Saltan, bailan, rien, chillan a su alrededor. Mientras, los jugadores de ambos equipos esperan impasibles a que el ritual de celebración acabe. Poco a poco el público vuelve a los límites del campo. El juez de línia (sí, sí, pues claro que tienen, o qué os pensábais) va poniendo orden a su espalda. Más que juez parece policía de tráfico, pero en pantalón corto. En Espana ya les habrían cerrado el campo para 20 jornadas.

Se reanuda el juego y un minuto más tarde, el pitido final. El público empieza a dar la espalda al campo mientras el disco incandescente empieza a ocultarse en el horizonte. Los coches y las motos encienden motores y desaparecen. Atrás, polvareda y ninos recogiendo del suelo tetra-bricks de vino y latas. Manana se construirán un cochecito bien bonito. - Nino, no chupes el tetra-brick, que ya no queda vino!

Nosotros seguimos a la muchedumbre camino a la base. Ha sido una gran tarde de domingo futbolera. Quizás el héroe del partido fiche algún día por el Barça o el Madrid. Pero antes se tendrán que desminar las carreteras que aislan a Chipindo del resto del país. Tendrán que mejorar las vías de comunicación, que por el momento son sólo de incomunicación. Quizás entonces, y sólo quizás, algún observador de un club europeo cualquiera se atreva a recorrer los cuatrocientos kilómetros que separan Chipindo de Lubango en menos de las doce horas actuales. Y eso en época seca. A partir de septiembre, quién sabe cómo podrá llegar el equipo visitante, si es que llega. Si no, habrá que poner el Vía Digital. – Ninoooo mueve el cuerno de la vaca que no puedo ver el furbooo.

Uy, las nueve, la hora de la telenovela brasileira. Me voy cagando leches. Qué queréis que os diga oye, a falta del Peliculón de Antena3 o de Los Hombres de Paco... buenas son telenovelas. Ah, y que conste que aquí lo de las telenovelas no es cosa de marujas sino de hombres curtidos en 25 anos de guerra: los conductores y los guardas... y el expatriadito de turno.
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08 agosto 2007

19 Días y 500 Noches en Angola

Sobrevuelo Luanda el sábado a las cinco de la mañana. Ya de madrugada millones de luciérnagas titilantes aparecen tras la ventanilla del avión. Abajo una ciudad desconocida despierta de su sueño lentamente. Tras recoger mis maletas –afortunadamente han llegado las dos y para mi sorpresa con todos los fuets, longanizas y embutido que llevaba dentro- el conductor me deja en la casa de ACH a las seis y media. Me tumbo en la cama pero ya de día me tengo que poner mi antifaz - cortesía de British Ariways- para descansar unas horas.
A las doce oigo ruidos en la casa, me levanto. Me cruzo con David, uno de los dos cooperantes que viven en la casa. La otra chica, Carmen, vuelve de su break en Sudáfrica esta tarde, me dice el cántabro.
- Rubén, llegas en el mejor momento. Esta noche hay una fiesta. Inauguramos la nueva casa-oficina y vendrá toda la cooperación y amigos. Habrá barbacoa, buena música y mucha bebida. Vístete que salimos a buscar el equipo de música y al DJ.

Pues nada, resignado me visto y me subo a la pick-up. Recogemos el equipo de música y al DJ de 15 años que viene con dos amigos suyos -sus ayudantes, dice- en casa de una de las muchas amigas de David. Me pregunto si eso se puede considerar trabajo infantil.
De vuelta compramos cerveza a tutiplén, material para hacer caipirinha y sangría. Al volver a la casa, mi primera tarea de logista: montar la carpa que hará las veces de entrada a la fiesta.
Pasamos la tarde con los preparativos. Las ocho y media: los invitados empiezan a llegar.

La noche pasa al son de la música –Kissomba, Kunduru, salsa, bachata- y a golpe de sangría, Calsberg,caipirinha, ron y cerdo y ternera asada. Los DJs se lo están currando hasta que de repente…¡¡se pone a sonar Alex Ubago!! Le pregunto a David si no hay una ley en Angola que prohíba importar semejantes bodrios. Me contesta que él no tiene nada que ver, que tras dejarle su disco duro a los DJs para que hagan una selección de su música ese es el resultado. Afortunadamente la cosa mejora, va in crescendo hasta que llega a su punto álgido: ¡¡Sabina y El último de la fila juntos en Angola!! Tras mi primera clase de Kissomba –con un saldo nada desdeñable de cuatro pisotones en media hora-, los invitados empiezan a marchar. Son las seis de la mañana y llevo 20 horas despierto tras un viaje de otras tantas.

El domingo nos levantamos tarde. Comemos las sobras del día anterior -eso sí que es actuar contra el hambre- incluidas las cervezas.
Por la tarde, sesión de cine con el proyector del departamento de Salud. Estreno mi colección de pelis. Con una pantalla que ya querrían muchos cines españoles, Carmen, Cristina, Copérnico y yo vemos Before the Sunshine. Copérnico es el cachorro de gato que hemos adoptado hace tan sólo un día tras recogerlo David debajo de las ruedas de nuestro coche, salvándolo de una muerte segura. Él bebe leche y nosotros cerveza y comemos palomitas. Nos recoge el conductor –aquí tenemos prohibido conducir y tras ver el tráfico de Luanda, se agradece - y salimos los tres a la zona de bares para que yo cate la cerveza local y la tapa nacional: los cacahuetes tostados. Hombre, la verdad, tras la larga intriga por descubrir cuál era la tapa nacional, pues unos cacahuetes saben a poco. Qué quieres que te diga oye, donde estén unas buenas bravas. Al regresar, la intriga nos corroe. ¿Se habrán llegado a encontrar los protas tras 6 meses en el andén de aquella estación? Segunda sesión de cine, ahora toca Before the Sunset. Decepción, sorpresa quizás, el final te deja pensativo. Vuelve David de dejar a la amiga en la que está invirtiendo –no en vano en Luanda tener que invitar a una chica a cenar y una birra te puede costar una tercera parte de tu dieta mensual-, acaba de ver dos atropellos mientras volvía, nada extraño por otro lado. Nos vamos a dormir a la una pasadas. Otra noche sin poder dormir como Dios manda.

El lunes intenso día de trabajo. Reuniones con la jefa de misión y con todo el equipo de la capital. Al día siguiente salgo para Lubango. Decidimos acabar la reunión en casa de la jefa de misión con unas cervezas y unos spaghetti a la carbonara. Tardamos una hora y media en hacer un trayecto de 10 Kms. como mucho. Los “engarrafamentos” como dicen aquí es el pan de cada día en la capital. Afortunadamente, todo el mundo me dice que Lubango es tranquilísimo y no tiene nada que ver con Luanda. Antes de ir a dormir, intercambio de pelis con David y otra vez a dormir pasada la una.

El martes salgo con Milan, mi coordinador logístico, para Lubango. Cogemos el vuelo a las ocho de la mañana. Me levanto a las seis, cojo mis maletas y andando. Él pasará unos ocho días conmigo. Llegamos a Lubango, vamos a ver la oficina, luego a dejar las maletas al apartamento donde viviré y empezamos con las reuniones. El piso que compartiré con el otro cooperante, que llega en diez días y tiene 41 años, está de puta madre. Llego el primero y me cojo la habitación más grande. Cama de matrimonio. Está de lujo. La putada es que quien tiene derecho a vivir sólo es el, ya que es coordinador de un proyecto, como Milan, y no yo. Menos mal que dice Milan que no le importaba compartir el piso. Ya veremos, pero de momento aquí estoy. Si cambia de opinión me tendré que ir a vivir al piso de encima de la oficina. No está mal pero no tiene ni punto de comparación con éste. Se va la luz, para variar. Cenamos la pedazo de tortilla de patata que Tío Jamba nos ha preparado –es nuestro cocinero y todo un personaje de 61 años- y a dormir prontito.

Hoy miércoles reuniones con UNICEF y otras organizaciones para el tema de las minas antipersona. De ahora en adelante seré yo el responsable de la seguridad en toda la provincia de Huila. Todo el día hemos estado poniendo a punto la oficina. Me siento como Ignatius Reilly decorando su oficina antes de la revolución. Ha sido un duro día de trabajo.

Mañana jueves a las cinco y media de la madrugada salimos para las bases y estaremos fuera una semana más o menos. Se tarda unas doce horas en coche, con suerte, en llegar a cada una de ellas. Afortunadamente sólo son dos. Estaremos aislados así que cuando regrese más noticias frescas. La conexión de internet en la oficina es una mierda y no hay forma de subir fotos.
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01 agosto 2007

La maleta de un Expat


El expatriadito de turno ya tiene preparados sus bártulos para doce meses en el páramo angoleño. Maleta de unos 30 Kgs. -y con otra mochila en la recámara para cuando me hagan sacar cosas hasta llegar a los 20 míseros Kgs. permitidos- en la que se distribuyen mis pertenencias como sigue:

Seis camisetas, más otras dos antisudor y antiolor -por gentileza de Decathlon, una maravilla de la tecnología textil-, tres pantalones cortos, cinco largos, tres polos, una camisa, gallumbos, calcetines, un polar -que aun siendo África pega un rasca a las mañanas que ríete tú de Teruel-, impermeable, dos cotonas guatemaltecas, chirucas, bambas, chanclas, neceser, repelente ultrasónico de mosquitos alimentado por energía solar -eso tiene pinta de que los mosquitos angoleños se lo pasen por la punta de la trompa, pero habrá que probarlo, ¿no?-, cinco botes de Relec -a ver qué mosquito es lo suficientemente chulito como para acercarse a mí. Anda, venga, venid a por el blanquito bañado en Relec si tenéis la trompa que tenéis que tener-, gorrita y un pijama. Peso total: 14 Kgs.

Libros: E. Fromm, L'art d'estimar; Borges, El Aleph; A. Tabucchi, Sostiene Pereira; H. Kureishi, Siempre es medianoche; J. Cortázar, Historias de cronopios y de famas; Q. Monzó, Ochenta y seis cuentos; E. Sábato, Sobre héroes y tumbas; E. Sábato, Abaddon el exterminador; G. Márquez, Cien años de soledad; M. Yourcenar, Memorias de Adriano; L. Séneca, Diálogos; G. Campbell, Diamantes sangrientos; A. S. Greer, Las confesiones de Max Tivoli; R. Kapuscinski, El mundo de hoy; M. Morgan, Las voces del desierto; J. Hougan, El maestro del mal. Y alguno más. Peso total: unos 15 Kgs. y eso que son ediciones de bolsillo que si no te cagas.

Mochila de mano con el portátil llenito, llenito: 25 Gbs de pelis y 15 Gbs más de música. Cámara de fotos Canon Eos400 con objetivo 18-200 estabilizado, altavoces para el portátil, iPod y todos los cargadores, ; dos gafas de sol, dos gafas de intelectual, 120 Dólares, carnet de trabajador de Acción Contra el Hambre, carnet de conducir, tanto el español como el internacional, carnet de vacunación y mi maldito visado que tanto ha costado conseguir.

Lo mejor de todo es que me llevo a cada uno de vosotros conmigo, para masticar vuestro recuerdo poco a poco. Y eso, no pesa ni ocupa nada de nada.

Y con eso y un bizcocho, hasta dentro de un año a las ocho.
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De ahora en adelante

Porque este blog nació en su día a causa de un chispazo que se produjo una noche de concierto, porque tenía que haber una forma de no perder los recuerdos, más allá del papel, de luchar contra el olvido. Si en ocasiones he usado esta ventana virtual para asomarme a parajes a los que no pude llegar de otra forma, y decir cosas que no dije cara a cara; si ha sido así, de ahora en adelante ya no volverá a ser. El papel vuelve a ocupar el lugar de antaño, a mi vera. La mano desentrenada vuelve a coger carrerilla.

Una vez escuché decir a alguien que los blogs son un maquillaje para las ansias de reconocimiento. En parte puede ser así, pero si acaso un reconocimiento por parte de la gente a la que se quiere, de quienes les damos la llave de nuestra ventana -o de quienes alguna vez se la dimos pero dijeron haberla tirado al mar-, de todos los demás, aquellos que navegan a la deriva por la blogosfera, quienes ni nos van ni nos vienen, para aquellos no escribimos ni de ellos nada esperamos.

Así es que de ahora en adelante si os asomáis a la ventana estaréis un poco más cerca de África, de sus colores, de su aroma, de su gente, pero prometo intentar acercarme a vosotros, uno a uno, por otras vías. El camino se bifurca aquí, si hemos escogido el bueno o el malo, eso, el tiempo lo dirá.


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