Juguemos : PANTA REI

04 octubre 2007

Juguemos


Juguemos a imaginar.

Imaginemos que jugamos a ser algo que en realidad no somos.

Imaginemos un país desangrado por treinta años de guerra.

Imaginemos a los niños jugando a imaginar que son soldados, de bandos opuestos, con AK-46 de madera, granadas de granito y minas antitanque de hojalata.

Ahora imaginemos que jugamos a ser cooperantes en la tierra prometida. Imaginemos al rey negro gobernando con el cetro de diamantes, a golpe de expolio, sentado en su trono de oro negro, tan negro como él.

Juguemos a espiar al bufón de la corte. Imaginémoslo ejecutando un número de malabares de máxima dificultad que él mismo ha bautizado con el nombre de “el expatriadito”. En una mano una bola en la que se puede leer escrito a lápiz “Ayuda Oficial al Desarrollo”, en la otra mil quinientos beneficiarios apretujados en un puño. La dificultad aumenta cuando al pasarse una pelota de una mano a la otra lanza al aire una tercera, una de oro negro y macizo.

Imaginemos que el malabar es hábil, que el movimiento de manos es rápido y limpio, coordinado y acompasado. Entonces, el número luce, embelesa al gentío, adormece conciencias. Sin embargo, y a pesar de su destreza, la magia dura poco, la bola de oro pesa demasiado, desequilibra la mano izquierda del bufón y se van al traste beneficiarios, AOD y bufón incluido.

Por último, imaginemos a una corte que rodeando al bufón lo mira absorta. Allí se puede distinguir entre la multitud agolpada a los voluntarios, a los religiosos, a los iluminados, a los profesionales, a los perdidos, a los mercenarios, a los temporales, a los indefinidos, a los recién llegados, a los más experimentados, a los que resisten, a los que desisten, a los mejor equipados, a los desamparados, a los Boy Scout, pero de entre todos ellos –y uno no ha de esforzarse mucho para verlos- destacan los más peligrosos, los que más chillan, los que más ruido hacen, los que más alborotan, aquellos que sólo aplauden para que los demás vean que están allí, los que buscan la palmadita en la espalda, los que buscan entrar en el santoral, los se creen más fuertes y más nobles que los demás: son los que juegan a ser cooperantes disfrazados de aventureros. Esos son los más peligrosos, son los ratones que se comen el queso cuando la luz de la nevera se apaga y la puerta se cierra. Los roedores que salen de su madriguera con nocturnidad y se creen muy valientes, pero que gozan de lo robado ya de vuelta, ya en la seguridad de su agujero, ya sanos y salvos.

El juego de la espiritualidad, ese, se juega con otro tablero y otras fichas, sin bufón, sin rey negro y sin público. En ese juego el roedor puede que gane alguna de las partidas, pero en éste, al que aquí y ahora jugamos, el ratón es simplemente eso, un mal jugador disfrazado de aventurero.
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