Esas pequeñas cosas que nos hacen felices... : PANTA REI

06 septiembre 2007

Esas pequeñas cosas que nos hacen felices...


Y siguiendo con mi acceso de pragmatismo, un rayo de misticismo puro, casi ascético.

Esas pequeñas cosas que nos hacen felices...

Así son ellas, tan imperceptibles, tan modestas, tan triviales, que a menudo pasan de puntillas ante nosotros sin hacer ruido, casi sin levantar polvo. Pero yo, hoy, en la lucidez de una mañana de viernes, he conseguido percibir una, aprehenderla, atraparla en mi reflexión, envolverla en un manto de agradecimiento para que sepa que ésta es su casa, que puede volver cuando quiera, que la esperaré con los brazos abiertos, ansioso de verla aparecer por la puerta.

Pues bien, esa cosita en cuestión, Ella, tan blanca e inmaculada ella, tan relucientes sus destellos que sientan como una buena sopa caliente en pleno mes de enero... pero ya está bien de echarle piropos, que de la modestia a la soberbia sólo hay un paso. Vayamos al momento justo en que apareció en mi vida. Fue justo dos días atrás, había cenado yo la noche anterior un buen plato de choricitos angoleños que Tío Jamba preparó con todo su ahínco. Para acompañar una ensalada y papas fritas, como siempre. La cuestión es que a la mañana siguiente, desayuno compuesto de tostaditas con mermelada y unas dos buenas tazas de café, tras lo cual una buena jornada de trabajo por delante.

Fue a eso de las diez de la mañana cuando el cielo –bueno, y algo más también- se abrió ante mí. Tuve que abrir la puerta a trompicones, se mascaba la tragedia y se adivinaba la debacle cuando, de pronto, un salvavidas lanzado desde un departamento de logística inmejorablemente coordinado, una bocanada de aire fresco para alguien que vuelve del presidio, como era mi caso... sólo bajar la tapa, ladear ligeramente la cabeza y levantar la mirada hacia el alto techo –o quizás hacia las más altas esferas, no estoy seguro- y zas. El nirvana. El Sweet Lullaby de Deep Forest susurrado al oído. Tan sólo calma.

Sabiéndome arropado por Ella, sintiéndome seguro de su virginidad y castidad, nada importaban los salpicones húmedos que sentía saltaban hacia mis posaderas, intentando alcanzarme justo en la entrada de mi túnel mejor defendido por mi bien hallado Bosque Encantado. El éxtasis estaba tan cerca -por fin, después de mucho tiempo, podía disponer en mi lugar de trabajo de un lugar íntimo y personal de reflexión - que casi tuve que ahogar un gemido que jugueteaba en mi garganta, ajeno al peligro al que me hubiera expuesto de haber asomado su cabeza. Hacía dos años que mi nuevo trabajo me había privado de tal derecho. Mi productividad se había visto resentida al verme abocado yo a vagar por la oficina, restaurantes y bares adyacentes en busca de un retiro a la altura de mis necesidades espirituales. Viéndome privado de un espacio en el que poder dar rienda suelta a mi tan desarrollado sentido de crítica social me había ido reconcomiendo poco a poco, y sin que yo me hubiese dado cuenta, la más insulsa pero peligrosa epidemia del aburguesamiento acrítico y acomodaticio. Mi sociopatía había disminuido proporcionalmente al aumento de mi aletargamiento. Las cosas no podían seguir así. Algo tenía que cambiar.

Desde las máximas de los filósofos presocráticos hasta el funcionalismo social weberiano, pasando por el estoicismo romano de Séneca y sus coetáneos, fui desgranando el verdadero sentido de la vida. El parapeto levantado por el ruido del generador funcionando a todo gas daba cobertura a mi Luftwaffe, que bombardeaba sin descanso las posiciones enemigas, alcanzando una y otra vez la línea de flotación de sus destructores en retaguardia. Mis efluvios eran disipados por el hedor a gasoil inyectado por la batería defensiva tierra-aire del generador enemigo, ignorante éste de que lejos de alcanzar su objetivo de atontarme utilizábalo yo como cortina de humo para lanzar mis emboscadas más salvajes contra sus hordas asesinas de bacterias y parásitos. Era feliz en el campo de batalla. Estaba ganando la guerra y cada vez era más consciente de ello, lo que aumentaba aun más el efecto placentero del sufrimiento ajeno y permitía darme el lujo de mirar con aires de superioridad a una cucaracha que trepaba por la pared, huyendo de la destrucción imperante en toda la zona. Me habían servido la victoria en bandeja de plata y no estaba dispuesto a dejar de degustar ni por un segundo su dulce sabor. Las bajas enemigas se contaban por miles, caían por doquier, no había escapatoria para ellas, tampoco derecho a rendición. Entonces di la orden cual César a sus legiones: no habrá prisioneros, no habrá armisticio, victoria o muerte.

Finalmente, tras agotar toda mi munición levantéme y dispúseme a salir victorioso hacia mi despacho, seguro de que el enemigo no podría seguirme el rastro, simplemente, porque la sección de zapadores había minado los puentes y carreteras de retaguardia. Ya nadie podría encontrar ninguna prueba inculpadora, nadie podía acusarme de crímenes de lesa humanidad. Salía impune de diez minutos de guerra, pero también de un periplo introspectivo sin precedentes, seguramente, en el seno de esta organización humanitaria. Salía mejor persona y más consciente de la realidad que me rodea de lo que en dos años había podido ser, simplemente porque la alienación del sistema capitalista es capaz de llegar hasta tamaño salvajismo, hasta tan extrema crueldad, que puede darse el lujo de podernos negar a cada uno de nosotros tan sólo dos metros cuadrados al día para el recogimiento y descubrimiento personales. Es que acaso es mucho pedir dos metros cuadrados y diez minutos para uno en una jornada de ocho horas? Es que acaso hemos perdido la poca humanidad que nos quedaba? Hacia dónde diablos vamos? Qué queda de ese humanitarismo tan aclamado por los medios de incomunicación de masas? Mucho nos queda aun por aprender en el Norte de otras sociedades –erróneamente denominadas- subdesarrolladas, como Angola. Este país tiene un futuro esperanzador, y hace dos días tuve la suerte de ser testigo directo de ello.

Quizás algunos puedan pensar que esta reflexión realizada en horas de trabajo sea una pérdida de tiempo, pero a todos esos yo les digo: cuando vayáis de puntitas al lavabo sólo cuando creáis que nadie os mira, cuando os tiemblen las piernas por no poder sentaros en la taza, cuando tengáis que apoyaros en la pared para ladear vuestras posaderas y evitar salpicaduras incómodas, cuando tengáis que apretar las nalgas para luchar contra los gritos del silencio, cuando estéis sufriendo por el ruido que hace el ambientador de spray –totalmente inútil, por otro lado-, cuando estéis temerosos de que alguien haya podido veros al entrar y sea consciente de vuestra salida cinco minutos después; cuando os ocurra todo eso, pensad en mi rostro de Mariscal victorioso, pensad en la suerte que tengo por poder trabajar en el sector humanitario, pensad entonces, y sólo entonces, en lo desgraciados que podéis llegar a ser si no valoráis esas pequeñas cosas que diariamente nos hacen tan felices. Ella fue, esa pequeña cosa.

Digg Google Bookmarks reddit Mixx StumbleUpon Technorati Yahoo! Buzz DesignFloat Delicious BlinkList Furl

3 comments: on "Esas pequeñas cosas que nos hacen felices..."

mon-i-caca (o andrea) dijo...

Trolet diplomàtic!!! ja tiu, jo sempre he dit que plantar un bon pi SENTAT és casi millor que...oi?
Et faig un regalet que val per 3 (pel teu sant, per ser ja diplomàtic i per ser cooperant):
http://es.wikipedia.org/wiki/Canci%C3%B3n_del_verano
per si de tant en quan et vols posar melancòlic o riure un ratu.
El piset se m'ha fet gran...ptns*

Ruben Villanueva dijo...

Moltes gràcies trol. Aquests temazos no tenen preu. M'he perdut la d'aquest any. Vaig a veure si l'escolto. Ptnts.
Cóm està el Genaro? Ja s'ha mort?Cuida't molt per terres alemanes.

mon-i-caca (o andrea) dijo...

En Genaro...R.I.P. ej q...a l'agost, quan ja agonitzava es va quedar en mans de l'Almudena...vaia crack, és la hostia: la típica veïna a qui mai de la vida deixaries el gat!
PD: he dit agonitzava? Bé, potser ja era mort... ooops! hihi! et vull escriure una carta normal, passo de mails. Et demano l'adreça. MUUUACS*