Vuelva usted el mes que vieneEl Proceso : PANTA REI

26 enero 2009

Vuelva usted el mes que viene

Hoy pasaba de nuevo por el Edificio de la Dirección. Mi Proceso seguía allí dentro, perdido, y el carácter voluntario que revestía mi acción -pues podría seguir eternamente con mi Documento Provisorio P-13B sin necesidad del Definitivo D-13B-, continuar con el siguiente paso del Proceso, hizo más relajado este nuevo capítulo de mi Proyecto. Objetivo General: desterrar mis prejuicios sobre la burocracia y asumir como normalizadas las instituciones públicas angoleñas. Objetivo Específico: obtención de mi Documento Definitivo D-13B (es decir, el carnet de conducir angoleño). Resultado Esperado: salir de allí con, como mínimo, un plazo estimado de entrega. Resultado Obtenido: aumento de la incertidumbre, destrucción de expectativas creadas y un sentimiento de desaliento.

Pero veamos el porqué de este nuevo fracaso.

"La experiencia tiende a demostrar universalmente que el tipo de Organización administrativa puramente burocrático es, desde un punto de vista técnico, capaz de lograr el grado más alto de eficiencia, y en este sentido es el medio formal más racional que se conoce para lograr un control efectivo sobre los seres humanos. Es superior a cualquiera otra forma en cuanto a precisión, estabilidad, disciplina y operatividad. Por tanto, hace posible un alto grado en el cálculo de resultados para los dirigentes de la Organización y para quienes tienen relación con ella. Finalmente, es superior tanto en eficiencia como en el alcance de sus operaciones, y es formalmente capaz de realizar cualquier tipo de tareas administrativas".

La burocracia, para Max Weber, es la organización eficiente por excelencia, está diseñada científicamente para funcionar con exactitud, precisamente para lograr los fines para los cuales fue creada. El origen del término nos ayudará a aclarar alguna cosa.

El término latino burrus, usado para indicar un color obscuro y triste, habría dado origen a la palabra francesa «bure», utilizada para designar un tipo de tela puesta sobre las mesas de oficinas de cierta importancia, especialmente públicas, durante el siglo XVIII. De ahí derivaría la palabra «bureau», primero para definir los escritorios cubiertos con dicho paño, y posteriormente para designar a toda la oficina. La palabra «burocracia», derivada de "bureaucratie", lleva implícitos dos componentes lingüísticos: «bureau»: oficina y «cratos»: poder. Por lo tanto, la voz apela a la idea del ejercicio del poder a través del escritorio de las oficinas públicas. Sin embargo, el término burocracia que fue acuñado por el propio Weber lo hizo derivar del alemán «büro», que también significa "oficina".

De no existir externalidades y disfunciones, las ventajas de la burocracia serían las siguientes: racionalidad; precisión en el trabajo; rapidez en las decisiones; uniformidad de rutinas y procesos; continuidad de la organización, más allá de las personas; reducción de fricciones personales; unidad de dirección, disciplina y orden; confiabilidad por la previsibilidad de circunstancias; posibilidad de hacer carrera profesional dentro de la empresa; eficiencia y productividad; competitividad.

Sin embargo, Weber usaba la metodología de “tipo ideal” para explicar su concepto de burocracia, lo que implica que en la realidad existen disfuncionalidades que chocan con este concepto analítico. Es decir, las disfuncionalidades de la burocracia, como modelo, surgen de las siguientes apreciaciones: A) el modelo indica la previsibilidad del comportamiento humano en el trabajo; la realidad dice lo contrario. B) El modelo supone que el entorno de la organización es constante y estático; la realidad demuestra que es todo lo contrario. C) La burocracia supone una ética devocional al trabajo; la realidad muestra que es así siempre y cuando el trabajo sea creativo y no rutinario. D) El modelo de Weber supone que el hombre está al servicio de la organización; la realidad indica que no es así: es la organización la que está al servicio del hombre. Esa realidad disfuncional es la que nos lleva a usar el término en un sentido peyorativo: probablemente no haya un apelativo más ultrajante y afrentoso para un empleado, oficinista o trabajador público incluso privado, que el que le llamen ¡Burócrata! Significa que al empleado le están diciendo flojo, perezoso, holgazán, irresponsable, improductivo, mantenido por el Estado y los impuestos de la sociedad. La burocracia significa lentitud, exceso de trámites, distanciamiento total entre el prestador de los servicios públicos y el usuario de los mismos, producto de una exagerada adherencia de los funcionarios y empleados públicos a los reglamentos y rutinas, a los procedimientos y métodos consignados en los manuales de organización. La burocracia es un mal "irremediable" que el ciudadano percibe como un fantasma que pesa demasiado y que le resulta muy costoso.

La burocracia presenta por otra parte tendencias a independizarse y dejar de ser un medio convirtiéndose en objetivo propio. Como dijera ya un funcionario en la película ¡Vivir! de Akira Kurosawa (año 1952):

"en la Administración no hay que hacer nada, ya que si haces algo te tachan de radical".

La administración moderna difícilmente puede asumir la totalidad de las ideas expuestas por Weber. Se sabe que no existe, en ninguna parte, un modelo único de burocracia, sino una gran variedad de gradualidades y de matices en la burocratización de las organizaciones modernas. Digamos que Weber pensó un modelo puro, por su propia naturaleza inaplicable, a menos que los trabajadores y empleados de las hipotéticas organizaciones que lo asumieran, fueran robots. Pero de la idea weberiana de la burocracia, pueden extraerse firmes aplicaciones en la organización moderna.

Al analizar la burocratización de las instituciones angoleñas - y de la Dirección en particular, ya que es el caso que nos ocupa- llegamos a la conclusión de que el grado de burocratización de la misma roza en algunos aspectos casi el “tipo ideal” propuesto por Weber, mientras que en otros está tan lejos que bien podría tratarse de un tipo cualquier de organización informal. Esta peligrosa combinación hace de la Dirección un ente totalmente imprevisible, característica que se opone frontalmente a la definición weberiana de burocracia.

Un ejemplo, pongamos por caso que el funcionario –O Senhor João Almeida- no moverá un dedo más allá de lo que esté previsto en la parte del Reglamento de la Dirección que afecta a su tarea. Ese comportamiento está legitimado dentro del modelo burocrático en base a una extremada división del trabajo en aras de una mayor eficacia y eficiencia. Ahora bien, supongamos que tal Reglamento data del 1980, que nunca fue actualizado y que la última copia que había en la Dirección se perdió hace cinco años. Ahí pues, el Usuario se enfrenta a un problema de tamañas dimensiones: o Senhor João Almeida se inventará cuáles son sus tareas y responsabilidades, lo que dejará sin efecto alguno cualquier reclamación del Usuario por la demora y la laxitud de los procedimientos al enfrentarse a la respuesta tipo: -desculpe meu hirmão, mais isso não é a minha tarefa, vai lá ao segundo andar e pergunta ao chefe da secção. Sin embargo, con una pequeña “ayuda” en forma de “gasosa verde” para refrescar la memoria lo más probable es que o Senhor João Almeida acabe recordando que en el párrafo 4 del capítulo 8, sección II, del Reglamento General de la Dirección para expedición de Documentos Definitivos D-13B pone que él es el encargado de realizar o, en su defecto, agilizar esa tarea en cuestión, por lo que es él quien tiene que ir a preguntar al Jefe de la Sección y no el propio Usuario.

Pongamos ahora mi propio caso al volver a la Dirección. Al ir a buscar mi Documento Definitivo –es decir, el carnet de conducir definitivo-, la funcionaria en cuestión sólo tuvo que responderme: -Volta só no próximo mes, nois agora não temos cartolinas. Se não chegar no próximo mes vai ter que continuar com o Documento Provisorio. Ante tal respuesta, simple y directa, imprevisible pero irrefutable ante el penoso estado en que se encontraba la oficina, el desaliento se apoderó de mí y no pude más que dar media vuelta y rezar para que las cartulinas rosas llegaran el próximo mes.

Si bien la visión de una burocracia estúpida, hilarante, obsoleta, inútil para el interés del ciudadano aunque útil para los propios funcionarios, desfasada, retrógrada y prehistórica es descrita magistralmente por Kurosawa en ¡Vivir!, el personaje del Señor Watanabe deja una puerta abierta a la esperanza para una burocracia como medio, no como fin…

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08 enero 2009

El Proceso


La cita era en la Dirección de Lubango a las nueve, en la puerta un policía con cara de pocos amigos repartía documentos a la muchedumbre apelotonada. Conseguí bloquear la oleada de usuarios y encarar al policía. Bom dia chefe, eu vinha a apresentar o meu Proceso. Vai então para aquele predio lá na frente e pergunta ao meu colega sobre o Proceso. Afortunadamente ya había sido advertido antes sobre los intentos de despiste de los funcionarios angoleños, así que mi objetivo seguía siendo claro: el Edificio de la Dirección, ningún otro. Sin embargo, después de unos cuantos empujones, de coladas de unos y de otros a derecha e a izquierda, mi muralla humana cedió y dejó paso a la ola humana a la procura de sus documentos.

Por acaso había otra puerta de entrada al Edificio, totalmente libre, sin policía ni nadie vigilante –el doble acceso inutilizaba la férrea seguridad del policía apostado en la otra puerta, un sinsentido más en aquel cuchitril que albergaba a la Dirección-, por la que me colé como una culebra. Mi misión, llegar al primer piso y preguntar por la señora Paula, la jefa de todo el tinglado que habría de arreglarme todo el papeleo y dejar listo para sentencia mi Proceso. Entre empujones y sorteando ladrillos y escombros –pues parecía que el cuchitril estaba siendo rehabilitado, que buena falta le hacía- logré acceder al primer piso.

El desánimo cundió en mí cuando me informaron de que la señora Paula ya no trabajaba más en la Dirección. Había sido trasladada a otra sucursal. Mi Proceso, por aquel entonces, corría serio peligro. Eché un vistazo a mi alrededor, tres despachos medio improvisados y separados con tablas de madera pintadas de un marrón oscuro de mal gusto era todo lo que la Dirección ofrecía al apretujado usuario. Tras una de las mamparas -apuntalada con una tabla para soportar el embiste de los sudados usuarios- cuatro policías de tránsito y dos secretarias se apresuraban a fabricar fardos con documentos que luego amontonaban en un ya de por sí saturado despacho. A mi derecha se podía ver lo que parecía uno de los futuros despachos de la Dirección, un amplio y luminoso salón vacío y aun manchado por salpicaduras de cemento, sin pintar y con el suelo por pulir. Parecía que la Dirección se preparaba para vivir mejores tiempos, aunque desafortunadamente mi Proceso no iba a verlos llegar. Habría de conformarme con que pasara a formar parte de una de las altas y amarillentas columnas de papel que tapaban la vidriera del despacho –en realidad, lo que quedaba de ella, ya que era una presunción lo de que en otros tiempos hubo algo parecido a una vidriera que debió de conferir a aquella sala un aspecto brillante y diáfano-, arriesgándome a que declararan mi Proceso como extraviado y tener que iniciar nuevamente todo el trámite.

Conseguí meter mi cabeza por uno de los agujeros de la mampara y pedir a una de las secretarias que por favor me diera el modelo de formulario para poder presentar mi Proceso. A pesar de que los afilados cantos del cristal eran un peligro –el agujero era como una guillotina cerrada alrededor de mi cuello- y de estar jugándome la integridad física, la mujer levantó con desgana la cabeza de su montaña de papeles y me susurró algo que no logré entender. Al tercer intento por hacerse oír –y no porque hiciera el mínimo esfuerzo por gritar más sino porque justo en ese instante la máquina de escribir, el único indicio en toda la Dirección de la modernización que estaba sufriendo aquella burocracia, dio un respiro a los ajetreados funcionarios y a los apretujados usuarios- me dio una hoja donde especificaba toda la documentación a presentar para el Proceso. O senhor faç favor de me fazer tres fotocopias desta folha e de me trazer quando acabar. ¿Había oído bien? Aquella antipática mujer no me pedía, me exigía, hacerle tres copias de la hoja informativa si pretendía querer saber la documentación necesaria para mi Proceso. Abandoné la Dirección y me dirigí a recopilar todos los documentos. Hice las tres fotocopias solicitadas y dos horas después volví al edifico. Nuevamente, me colé por la puerta libre y accedí al primer piso. De nuevo mi cabeza metida en el agujero de la mampara y mi brazo por otro resquicio le hacía llegar el papeleo junto a las solicitadas fotocopias. Mi humilde contribución a la Dirección fue recompensada con una simple pero valiosísima información. O senhor faç favor de se dirigir ao Comando Municipal da Polícia para apresentar o seu Proceso. De nada, de nada, no se merecen hombre, con mucho gusto, siempre dispuesto a ayudar a la Dirección, pensé casi a ras de lengua. Me dispuse a abandonar el Edificio enfadado, di media vuelta y por el rabillo del ojo vi caer en la mesa de la mujer un billete de cien dólares y la consiguiente sonrisa de la que hasta entonces parecía una mujer amargada. La gasosa –como supe tiempo después que le llamaban a ese tipo de obsequio los funcionarios de la Dirección- la dejó caer otro usuario que también luchaba por agilizar su Proceso. Ante tales artimañas el inocente –o pobre- usuario corría el peligro de pasar a engrosar los cimientos de las columnatas de celulosa de estilo dórico de la Dirección.

Tras pagar religiosamente los servicios de la burocracia estatal, en el Comando Municipal de la Policía dieron entrada a mi Proceso y me tranquilizaron asegurándome que ellos mismos lo llevarían a la Dirección, momento a partir del cual podría pasar a recoger mi Documento Definitivo D-13B, con lo que el Proceso se daría por finalizado. Por el momento tenía que pasar, de nuevo, por el Edificio a recoger mi Documento Provisional P-13B. Recorrí el mismo camino, una vez más, hasta la ya más contenta señora del primer piso. Esta me mandó al patio trasero del Edificio a recoger el Documento Provisional. El cuchitril del patio trasero era realmente nauseabundo. Para llegar a él uno tenía que salir a la calle y entrar por un callejón lateral que rodeaba el Edificio hasta desembocar en un patio lleno de inmundicia en el que desaguaban las letrinas de las casas circundantes. Para colmo cuando salí del Edificio había comenzado ya a llover a mares, por lo que el callejón se convirtió en un río de aguas fecales negruzcas y malolientes. Mis pies se hundían en el barro viciado, hediendo cada vez que removía el fondo de los charcos. Me tambaleaba a cada salto, mis zapatillas resbalaban y el peligro de caer de bruces en aquel lodazal inmundo mantenía todos mis músculos en máxima tensión.

Dudé un instante en entrar, ya que sobre la puerta había pintado un cartel que decía algo así como: Armazem Hirmaos no sé qué Ltda. Pregunté a alguien que se estaba resguardado de la lluvia en la entrada, efectivamente era allí donde emitían los Documentos Provisionales. Al entrar en aquel antiguo almacén el ruido ensordecedor del agua de la lluvia batiendo en la chapa de zinc del techo ahogaba el griterío de los usuarios que repetían su nombre al policía para que éste buscara su Documento Provisional entre el montón de papeles que acababan de bajar del primer piso de la Dirección –tras ser firmados por Doña amargada-. La visión era terrorífica. El antiguo almacén no tenía ya falso techo y se podían ver las oxidadas planchas de zinc del alto techo en forma de V invertida. Entre los restos del falso techo y las planchas habría casi cinco metros, por lo que el usuario podía dar rienda suelta a su imaginación intentando adivinar la fauna que habitaba en aquel oscuro y vacío espacio de entre los dos niveles. Las paredes estaban revestidas por rosadas columnatas de celulosa –éstas eran de estilo jónico- y muros de carpetas que contenían cientos de Procesos. Si estos eran antiguos, nuevos o inminentes eso nadie, ni siquiera los propios funcionarios de la Dirección, lo sabe. Uno podía llevarse, amparado por la confusión reinante en el lugar, todos los Procesos que quisiera sin que nadie los echara en falta. La posibilidad de que mi Proceso fuera a parar a ese lugar me petrificó. Mi estupor duró tan sólo unos segundos, el tiempo en el que tardé en bajar mi mirada del techo al suelo, el tiempo que tardé en entender que la sombra que acababa de escapar veloz por la puerta hacia el patio no era sino una rata-gato –lo de gato era por el tamaño, pero también por lo escurridizo y ágil del bulto-, mientras, los demás usuarios se limitaban a reírse al ver mi cara de terror. No obstante, mi cara respondía más al miedo que me provocaba la posibilidad de que mi proceso acabara en el estómago de una de esas –quién sabe cuánta fauna más había allí dentro, agazapada en la selva jónica- rata-gato que al propio animal.

A empujones conseguí acercarme a la secretaria que expedía los Documentos Provisionales. Sólo eran cien Kwanzas y ya tendría el ansiado papel. La pobre trabajaba al lado de la ventana, emitiendo los Documentos medio cegata por la falta de visibilidad. No había ni una triste bombilla en todo aquel cuchitril, aunque, por otro lado, de poco hubieran servido porque tampoco había electricidad, sólo montañas de papel. El policía que repartía los Documentos tenía que leer a contraluz de la poca claridad que entraba por la ventana en un día de tormenta como aquel, los nombres de los usuarios. Cuando fue mi turno la mujer empezó a emitir mi Documento, pero algo la hizo parar. La rata-gato de nuevo, pensé. Pero desafortunadamente era algo más grave: no tenía número de Proceso asignado, así que ella no podía emitir el Documento Provisional hasta que tuviera uno. Pero, cómo podía tener yo un número de Proceso si el Comando Municipal de la Policía no me había dado ninguno y eran ellos los encargados de obtenerlo de la Dirección, una vez presentado todo el Proceso. En fin, resignado volví a cruzar tambaleándome el río de inmundicia y corriendo bajo la lluvia me dirigí de nuevo al Comando Municipal.

El Proceso tenía que ser presentado ese mismo día o corría el peligro de incurrir en una falta grave y ser arrestado en cualquier momento. En la oficina medio inundada del Comando Municipal les pedí el número de mi Proceso. Ellos no me lo podían dar, tenía que ser la Dirección. Estaba prohibido sacar el Proceso del Comando ya que eran ellos los custodios del mismo hasta presentarlo en la Dirección, pero você mesmo pode levar o expediente para a Direcção, suponho que por uma vez não haverá problema nenhum, pergunte por o senhor Damião, me dijo el burócrata. Sin dejarle repensárselo ni medio segundo cogí mi Proceso y corrí de nuevo hacia el Edificio de la Dirección. Ahora me dirigí a uno de los despachos contiguos del primer piso y, por fin, le dieron entrada a mi Proceso. En la misma mesa, otro usuario se acercó a la funcionaria y le dejó caer otro billetito verde de cien dólares. La funcionaria, asaltada en lo más profundo de su pudor sólo pudo soltar un epa, obrigado meu hirmão. Sin embargo, mi Proceso estaba siendo dado de alta en los registros de la Dirección así que no lo estaría haciendo tan mal como las circunstancias se empeñaban en intentar hacerme creer. Una vez tuve mi número de Proceso, de nuevo a la ventanilla-guillotinada anterior a preguntar por el Señor Damião. Ahí estaba él, tecleando en su máquina de escribir el destino de otros usuarios. Allí estaba yo, esperando mi destino a manos de él. El burócrata envió a uno de sus colegas a por el bloc de los Documentos Provisionales. El señor Damião no parecía querer dejar volver al usuario blanquito al agujero de la rata-gato. Iba a tener la deferencia de ahorrarle tal sufrimiento por segunda vez. Su secuaz volvió ¡cuarenta y cinco minutos después!, con el bloc. Finalmente, mi Documento Provisional fue expedido, sólo un problemilla más se presentó: el burócrata en jefe tenía muchos Documentos para firmar sobre su mesa así que vai dar uma voltinha e volta só numa hora. Buuuuuuuf, tan cerca pero tan lejos, una hora suponía correr el peligro de que cuando volviera ya estuviera cerrado, o que mi Proceso se hubiese perdido y con él mi Documento Provisional, o que el burócrata en jefe hubiese salido a almorzar o a un entierro y no volviera hasta el día siguiente, o que mi Documento Provisional simplemente se traspapelara y nunca fuera firmado teniendo que empezar todo el procedimiento de nuevo, o que tuviera que soltar una gasosa para agilizar la mano signataria. No tenía más remedio que salir a pasear. Tras una hora volví al primer piso del Edificio, comencé a ponerme nervioso, no veía al señor Damião por ningún lado, y tampoco a su colega. Un sudor frío empezaba a incomodarme cuando para mi tranquilidad apareció el colega burócrata buscando algo en el bolsillo de su pantalón militar de policía. Cuando le pregunté por mi Documento, su cara de desdén acabó de hundirme, quiere gasosa, pensé, o, simplemente va a hacer que no se acuerda de mi Proceso y a volver a empezar. Sin embargo, sacó un papelito de su bolsillo y voilà, ahí estaba mi Documento Provisorio P-13B (mi carnet de conducir provisional).

El Proceso, sin embargo, continúa allí adentro, en algún fardo en la Dirección a la espera de una resolución satisfactoria para cerrarlo para siempre. Mi Documento Definitivo D-13B (es decir, el carnet de conducir angoleño) me espera en algún lugar, ni el dónde ni el cuándo ni, lo que es más difícil de sobrellevar, el cómo son seguros. Pero esto es un comienzo.



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