Miseria de una Civilización en Decadencia : PANTA REI

06 julio 2009

Miseria de una Civilización en Decadencia

Me levantaba hoy leyendo en El Periódico Digital una noticia aterradora: “Las tres familias participantes en 'Perdidos en la tribú' se reparten el premio de 150.000 euros “. Tras investigar un poco por el ciberespacio para saber más sobre eso de “la tribu”, la náusea era lo más que me venía como reacción ante una muestra más de la decadencia de la supuesta civilización española y, por ende, occidental.

Decía alguien que la TV es un reflejo de la sociedad. Y este nuevo tipo de reality (ahora disfrazado de “docu-reality”, sea lo que sea que signifique eso, pues dudo mucho que ni los propios creadores del término sepan lo que quiere decir, simplemente, porque no tiene significado nuevo alguno sino apenas una cara nueva para la misma bazofia de siempre), es una muestra más de la decadencia de esta sociedad, encumbrada por sus elevadas cuotas de audiencia: Con una audiencia media del 13,5%, “Perdidos en la tribu” se ha convertido en el reality documental más visto en la historia de Cuatro, rezaba la noticia de El Periódico.

Hace algunos años que en el examen final de la asignatura de Sociología de la Comunicación, los alumnos del Profesor Salvador Cardús tuvimos que hacer frente al fenómeno de la gala final de “Operación Triunfo” y la jurisprudencia creada con su cuota de pantalla superior al 50%, algo nunca visto antes y que, al parecer, merecía de nuestra atención y capacidad analítica. La cosa, por aquel entonces, no me fue nada mal así que de esta vez no me he podido contener en aplicar unas dosis de pragmatismo, en base a la realidad que conozco aquí en Angola (pues dos de esas tribus también se encuentran aquí). Sin embargo, en esta ocasión seguramente habrán sido los alumnos de la carrera de Antropología los que habrán tenido que analizar esta ofensa hacia su profesión.

Mucho se ha hablado ya de los pros y los contras de este ¿nuevo? concepto de programación de entretenimiento. Alguna que otra ONG ya ha puesto el grito en el cielo y alguna que otra réplica ya ha tildado a esta organización de alarmista, al mismo tiempo que de colaboracionista con el programa mismo, es decir, de hipócrita. Debate este, insulso y desacreditado ya de entrada, pues los defensores del “docu-reality” se escudan en el carácter divulgador e integrador de este nuevo intento por acercar los modos de vida de estos “primitivos” y “salvajes” al gran y civilizado público español, mientras que los acusadores se parapetan en el hedor a etnocentrismo desprendido por este nuevo ataque a la dignidad de los pueblos indígenas. Eterna lucha de titanes de la que, por norma, siempre salen perdiendo los mismos infelices: los propios pueblos indígenas.

Si de una cosa estoy seguro es que Lévi-Strauss debe de estar revolviéndose de angustia en su casa, y a sus 100 años esto podría costarle más que un disgusto. Rezo para que al señor no se le ocurra encender la TV estos días. Sólo sé que la Antropología se merece un trato mejor que este. El grande antropólogo necesitó, allá por 1936, más de 5 años para adentrarse en el interior del Brasil y poder estudiar a las tribus indias que allí vivían. Necesitó más de quince años para escribir aquellos relatos en su gran obra Tristes Trópicos (publicada en 1955). Así que supongo que 21 días no se pueden ni llegar a considerar como un mínimo intento para entender y conocer a unos Bosquimanos (o San), unos Himba o unos Mentawai y, mucho menos, para formar parte de ellos. Hilarante intento este el de querer mostrar unas culturas tan complejas y ancestrales como estas en 21 días; simple sacrilegio el de reventar los conceptos básicos del análisis antropológico y etnográfico: la observación, la no interferencia, el análisis.

El origen de la violación sufrida por estas tribus a cambio de unos cuantos Euros no se encuentra tanto en la reducción de estas a nuevos y exóticos figurantes del gran show mediático de unos medios de comunicación de masa de un país lejano, como en la supuesta creencia de que este tipo de “ejercicios” suponen un acercamiento entre culturas, una oportunidad para que el gran público (acomodado en sus confortables sillones) pueda acceder a un conocimiento que, de otra forma, permanecería encerrado y olvidado en las vetustas y polvorientas estanterías de cualquier biblioteca de antropología, reservado sólo a unos pocos excéntricos que decoran las paredes de sus casas con arcos y flechas traídos de lugares exóticos tras un largo período de introducción e integración en esas comunidades y un, aun más largo, lapso de observación y análisis.

La celebración del descubrimiento de un nuevo rito o de una nueva norma social de estas comunidades se desnaturaliza aquí y se reduce a un simple: “¿será la familia Ramírez aceptada como miembro de la comunidad Himba? Todo eso y más, después de la publicidad”. Patético y denigrante la violación brutal y sin paliativos de una ciencia social como la Antropología, por no decir de sus objetos de estudio: los pueblos indígenas.

Aquí en Angola existen comunidades Himba y San (más conocidos como bosquimanos) diseminadas por las regiones del sur del país y llegando hasta el sur de Namibia y Bostwana. La problemática de las comunidades San en Angola (una minoría étnica de unos 7.000 nómadas que se enfrenta a serios problemas tras su sedentarización desde el fin del conflicto armado) ha sido objeto de estudio por parte del Proyecto Terra de la FAO. En ese proyecto delimitamos sus tierras y constatamos los conflictos con sus vecinos Bantúes. Los San son una muestra viviente de discriminación y de olvido aquí en Angola. Son la escala social más baja, despreciados por las comunidades Bantúes (los Ovimbundu), e institucionalmente olvidados. Los San son los verdaderos indígenas del Africa Austral, pues sus orígenes se remontan a 20.000 años atrás.

También en el sur de Angola existen comunidades de Himbas, cuya problemática es menos grave, puesto que se encuentran en una zona bastante despoblada del país y continúan con sus hábitos de caza como antaño sin haberse registrado grandes conflictos, normalmente ocasionados por la presión demográfica y la reducción de sus áreas de movimiento y de subsistencia.

En definitiva, el insulto a la inteligencia tanto de espectadores como de los pueblos indígenas es el único producto palpable de este tipo de programa. Sería bueno resaltar que la elección de Namibia como base de operaciones no se debe a que en su territorio se encuentren un gran número de tribus “salvajes” y “primitivas”, pues si de eso dependiera, seguramente Angola sería más adecuada. El factor decisivo en relación a los San y a los Himba es, casi con certeza, la explotación turística que hace este país de estas comunidades, así como su gran industria turística. Casi con seguridad que el equipo de TV, así como los participantes en el concurso, pudieron acabar su estancia en uno de esos grandes hoteles de lujo con vistas a las dunas del desierto del Kalahari o del Parque Nacional de Etosha. Así es que, que me perdonen los lectores, pero no veo por dónde aparece la tan alabada sed de aventura de los participantes: 21 días pasan volando si tan suculenta recompensa viene después. Las facilidades logísticas ofrecidas por un país bien organizado (como ex colonia alemana primero y sudafricana después), y abierto a los incomes publicitarios aportados por este gran show, no las ofrece Angola, por ejemplo, aunque sí ofrezca unas mejores condiciones para el análisis antropológico de estas culturas, si es que realmente fuera ese el objetivo del “ejercicio”, claro.

Apostaría mi cabeza que en alguna de las próximas ediciones de este show va a caer alguna comunidad Maasai en Kenia. O quizá no, puesto que el “exotismo” de estas tribus no es tan manifiesto: demasiadas fotos en los catálogos de las agencias de viajes, demasiados reportajes en los programas de sábado por la tarde. Demasiado obvio para el ojo de esta nueva clase de antropólogo: el “antropólogo apoltronado”. La nueva élite de la investigación etnográfica.

Si Lévi-Strauss asomara la cabeza, cuán triste y decepcionado de constatar, una vez más, la miseria de una civilización en decadencia. Quiera Dios que las solicitudes de matrícula para la carrera de Antropología aumenten tras todo esto. Así, como mínimo, algo bueno sacaremos de todo este embrollo pseudocientífico.

La foto de la mujer Himba me costó una caja de galletas y un zumo de piña. Cuando mi colega sacó su cámara para también sacarle unas fotos y constatamos que ya no nos quedaban más galletas, la mujer profirió un grito toda enfadada y puso pies en polvorosa con su burro. Que nadie se piense que “primitivo” y “exótico” es sinónimo de burro e ignorante.

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