De Ratas, Polisemias y Minas AntipersonaPaseando en Blanco y Negro - II : PANTA REI

06 julio 2010

De Ratas, Polisemias y Minas Antipersona
















Cuando me desperté agitado de madrugada, era noche cerrada en el exterior y había una oscuridad abismal en la habitación. El generador hacía horas que había sido desconectado y una vela en el suelo junto a mi cama era el único medio con el que contaba para averiguar qué diablos era aquella sombra que se movía sobre mi cabeza.

Tuve que escurrirme bajo la mosquitera que rodeaba la cama para buscar a ciegas la caja de fósforos. Mientras, en el vértice de la misma, allí donde se une la red a la alcayata de la viga de madera, a unos pocos centímetros del techo de chapa, la sombra parecía ya con casi total seguridad un ente vivo. Mientras me apresuraba a encender la vela, era cada vez más consciente de que éramos dos en aquel cubículo de adobe de la base de Acción Contra el Hambre en Chicomba.

Tras saltar la chispa, cientos de sombras nacieron de la mortecina llama que aquella vela escupía hacia los cuatro rincones y el único armario que había en la habitación. Mis temores se hicieron realidad cuando, al levantar la cabeza, conseguí distinguir una cosa fea y peluda que había quedado atrapada en la pequeña abertura del vértice de la mosquitera. Ahí estaba ella, desorientada e inmovilizada de las patas traseras y con más de medio cuerpo ya introducido por el, afortunadamente, pequeño agujero. El hocico de la maldita rata se encontraba, efectivamente, justo en la vertical de mi cara estando yo echado en la cama. Unos centímetros o unos segundos más y aquella rata se hubiera estrellado contra mi cara.

En ese preciso instante se me revelaron dos posibles escenarios . El primero, en que la rata conseguía desasirse de la trampa y lanzarse a lo kamikaze hacia mi cara; una vez libre, ésta podía ya elegir entre agarrarse a mi cara cual “Alien el octavo pasajero” o bajar al suelo y ahí sí, la agonía estaba cantada, pues ahí no había forma de acceder a mis zapatos que se encontraban debajo de la cama, con lo que estaría enfrentándome a una rata rabiosa en un cubículo de 2X4m con la sola arma de una vela y una caja de fósforos. El segundo escenario, en el que la rata con el culo demasiado grande acababa dándose por vencida en su lucha por alcanzar mi cara y se prometía a ella misma no volver a probar ese fabuloso queso español que había encontrado días antes en la despensa de la cocina contigua. 

Afortunadamente, el queso hizo su efecto en sus cartucheras y tuve tiempo suficiente para salir de la estancia y pedirle al guarda que se acercara hasta  el lugar de los hechos, pues había allí un monstruo peludo que intentaba realizar una caída libre sobre mi cara. Con toda la tranquilidad y temple del mundo (lo que contrastaba con el gran esfuerzo que yo había tenido que hacer para no profanar con un grito gutural los dulces y merecidos sueños del resto de mis compañeros), el guarda entró en la habitación y, efectivamente, comprobó que la rata había quedado atrapada en la red. Con la naturalidad del que ha pasado tanta hambre como para tener que haber comido a esos seres durante los días más duros de la guerra de los 30 años, la atrapó con una mano y, asegurándola de la cabeza con la otra, salió al patio y la lanzó a unos seis metros, lo suficientemente lejos como para no oír a la rata prometiéndose a ella misma que por siempre jamás iba a pasar hambre. Bueno, o al menos durante una semanita, tiempo suficiente para hacer la dieta de la alcachofa y reducir un poco las cartucheras.

Llegados a este punto, el lector seguramente coincidirá conmigo en que la historia en sí, aunque anecdótica y graciosa, no es tan desternillante como para acabar a carcajada suelta y revolcándose por el suelo. Además, quien me conozca podrá confirmar que no me caracterizo precisamente por ser un buen contador de historias y aun menos de chistes. Y eso mismo era lo que pensaba yo cuando al explicar el episodio en una cena con mis amigos angoleños cada palabra que salía de mi boca arrancaba una risotada general digna de aquellas “carcajadas enlatadas” típicas de las teleseries americanas. 

Pues bien, tras terminar la historia mis buenos amigos me confesaron que, además del problema con mi “portuñol”, tenía que saber que en portugués (de Portugal, que no de Brasil) el significado de “rata” es otro muy distinto que en español. Y que si quería contar de nuevo la historia tenía que explicar “a história da ratazana (el énfasis es mío) que queria pular na mihna cara” y no “la historia del coño (el énfasis es mío) que quería saltarme a la cara”. Así es que, mis queridos lectores, tomad buena nota de las diferencias entre el Español y Portugués en relación a estos sustantivos: Rata = Ratazana; Ratón = Rato. Siendo a la inversa, del Portugués al Español: Rata = Coño.

Dicho esto, tras haber encontrado en internet este artículo sobre una nueva y sorprendente utilidad de las ratas (según su significado puramente español) para la humanidad en general y para Angola en particular....

Puedo prometer y prometo que nunca más voy a dejar pasar hambre a una rata... ni a una ratazana.

Ratas para detectar minas antipersona: (…) más baratas de criar y más fáciles de alimentar que los perros (…) pesa menos que un perro y tiene, por tanto, menos probabilidades de detonar una mina cuando pisa encima de ella. Como media, una rata puede rastrear y limpiar unos 200 m cuadrados en media hora, el equivalente a dos días de desminaje manual.
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Paseando en Blanco y Negro - II
































































Paseando en Blanco y Negro por... Lisboa
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