Nadie dijo que iba a ser fácilHasta pronto...Con sólo una palabra... : PANTA REI

20 junio 2007

Nadie dijo que iba a ser fácil

Llevo ya algún tiempo decidiendo qué hacer con mi vida. Ahora que ya parece que las cosas van tomando forma, me doy cuenta de que esta canción de Sopa de Cabra, titulada Camins, ha dado respuesta a muchos de mis interrogantes. La he escuchado una y otra vez a lo largo de estos dos últimos meses. Sentado en la terraza de mi casa sumida en el silencio de la noche, sonaba una vez tras otra esta letra, a la vez que se iba ordenando la marabunta de pensamientos en mi cabeza. Con el perfil de Barcelona de fondo, el mensaje enviado desde mi cerebro se hacía cada vez más claro: nadie dijo que iba a ser fácil encontrar el camino, lo único cierto es que al final habrás de tomar la dirección que marque tu corazón, pese a quien pese.

Quién sabe, quizás también os sirva a alguno para orientaros en vuestra encrucijada.

Simplemente, escuchadla...

Camins, que ara s'esvaeixen
Camins que hem de fer sols
Camins vora les estrelles
Camins que ara no hi son

Van deixar-ho tot el cor encès pel món
Per les parets de la mort sobre la pell
Eren 2 ocells de foc sembrant tempestes
Ara som 2 fills del Sol en aquest desert
Mai no es massa tard per tornar a començar,
per sortir a buscar el teu tresor

Camins, somnis i promeses
Camins que ja son nous
No es senzill saber cap on has de marxar,
pren la direccio del teu cor
Mai no es massa tard per tornar a començar,
per sortir a buscar el teu tresor

Camins que ara s'esvaeixen
Camins que has de fer sol
Camins vora les estrelles
Camins que ja son nous
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17 junio 2007

Hasta pronto...

Ya se alejan en medio del polvo, en la soledad mineral, en aquella desolada región planetaria. Y pronto no se distinguirán, polvo entre el polvo. Ya nada queda en la quebrada de aquella Legión, de aquellos míseros restos de la Legión: el eco de sus caballadas se ha apagado; la tierra que desprendieron en su furioso galope ha vuelto a su seno, lenta pero inexorablemente; la carne de Lavalle ha sido arrastrada hacia el sur por las aguas de un río (¿para convertirse en árbol, en planta, en perfume?). Sólo permanecerá el recuerdo brumoso y cada día más impreciso de aquella Legión fantasma. "En las noches de luna --cuenta un viejo indio-- yo también los he visto. Se oyen primero las nazarenas y el relincho de un caballo. Luego aparece, es un caballo muy brioso y lo monta el general, un blanco como la nieve (así ve el indio al caballo del general). Él lleva un gran sable de caballería y un morrión alto, de granadero." (¡Pobre indio, si el general era un rotoso paisano, con un chambergo de paja sucia y un poncho que ya había olvidado el color simbólico! ¡Si aquel desdichado no tenía ni uniforme de granadero ni morrión, ni nada! ¡Si era un miserable entre miserables!) Pero es como un sueño: un momento más y en seguida desaparece en la sombra de la noche, cruzando el río hacia los cerros del poniente.

Ernesto Sábato, Sobre Héroes y Tumbas



Se acaba un ciclo, solamente para dejar paso a otro. Como a Lavalle, sólo se nos recordará por lo que cuenten de nosotros, más que por lo que en realidad seamos. Eso, es cosa nuestra. La vida sigue y pronto el polvo que levantamos en nuestra huida y que tejió una cortina que difuminó nuestra silueta, volverá a la tierra de donde despegó. Dejaremos de estar, para pasar a ser. El recuerdo marcará nuestro futuro allá por donde hayamos pasado.

La letanía de nuestro galope debiera certificar ante los incrédulos que seguimos buscando nuestros sueños, que seguimos persiguiendo nuestros ideales por mucho que estos siempre corran más veloces que nuestro caballo. Lo importante no es llegar sino el camino, dicen. El juego de la zanahoria y el palo es el preferido de Utopía. Lugares comunes que hacen referencia a la necesidad de avanzar, de fluir, de cambiar. Y es que, nuestra existencia es mucho anterior a nuestra esencia, la precede, por lo que no caben excusas. Existir es cambiar y arriesgar. En palabras de Sartre, “el ser humano está condenado a ser libre, es decir, arrojado a la acción –y responsable plenamente de la misma, y sin excusas-“.

Asumiendo que nuestra partida pueda convertirnos en fantasmas para los que se quedan, ya tenemos hecho la mitad del trabajo. Asumido esto, cargadas las alforjas y avituallados con recuerdos e ilusiones ya podemos emprender la marcha. En mi zurrón, la sonrisa de cada uno de vosotros, vuestros consejos y lo mejor que me habéis podido dar: vuestra amistad. Pondré el zurrón a buen recaudo para abrirlo sólo cuando necesite volver a sentir que no hace mucho que estuve, pero que pasé a ser recuerdo. Como a la Legión fantasma de Lavalle, recordadme con mi uniforme y con mi sable de caballería, erguido sobre mi caballo blanco. Sólo yo sé que mi cotona raída es la única prenda que cubre mi cuerpo maltrecho, aun tembloroso ante lo desconocido de mi andanza. Que seáis mi viejo indio, que yo os prometo regresar, para volver a estar…y dejar de ser recuerdo.

Hasta siempre.
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14 junio 2007

Con sólo una palabra...

Paz y serenidad al atardecer, en tu regazo... ¿Hay acaso algo mejor que eso? ¿Existe algún otro momento que pueda saciar tanto el espíritu a cambio de tan poco? Cientos de pensamientos aprovechan entonces para arremolinarse en mi cabeza. Y entonces tú preguntas: -qué; y yo respondo con un: -nada; ese nada que, en realidad, intenta abarcar todo lo que quisiera decirte pero no puedo, simplemente porque no sé por dónde empezar.

Y mientras Bruno aspiraba la brisa que pesadamente llegaba del río, Martín recordaba momentos parecidos en aquel mismo parapeto con Alejandra. Acostado sobre el murallón, con la cabeza sobre su regazo, era (había sido) verdaderamente feliz. En el silencio de aquel atardecer oía el tranquilo murmullo del río abajo mientras contemplaba la incesante transformación de las nubes: cabezas de profetas, caravanas en un desierto de nieve, veleros, bahías nevadas. Todo era (había sido) paz y serenidad en aquel momento. Y con tranquila voluptuosidad, como en los somnolientos e indecisos instantes que siguen al despertar, reacomodaba su cabeza sobre el regazo de Alejandra, mientras pensaba qué tierno, qué dulce era sentir su carne debajo de su nuca; esa carne que en opinión de Bruno era algo más que carne, algo más complejo, más sutil, más oscuro que la mera carne hecha de células, tejidos y nervios; pues también era (pongamos el caso de Martín), era ya recuerdo y, por lo tanto, algo que se defendería de la muerte y de la corrupción, algo transparente, tenue pero con cierta calidad de lo eterno e inmortal; era Louis Armstrong tocando su trompeta en el Mirador, cielos y nubes de Buenos Aires, las modestas estatuas del Parque Lezama en el atardecer, un desconocido tocando una cítara, una noche en el restaurante Zur Post, una noche de lluvia refugiados debajo de una marquesina (riéndose), calles del barrio sur, techos de Buenos Aires vistos desde el bar del piso veinte del Comega.

Y todo eso lo sentía a través de su carne, de su suave y palpitante carne que, aunque destinada a disgregarse entre gusanos y grumos de tierra húmeda (típico pensamiento de Bruno), ahora le permitía entrever esa especie de eternidad; porque como también alguna vez le diría Bruno, estamos de tal modo constituidos que sólo nos es dado vislumbrar la eternidad desde la frágil y perecedera carne.

Y él había suspirado entonces y ella le había dicho "qué". Y él le había respondido "nada", como respondemos cuando estamos pensando "todo". Momento en que Martín dijo casi sin querer, a Bruno:

—Aquí estuvimos una tarde con Alejandra.

Y como si no pudiera detener su bicicleta, perdido el control, agregó:

—¡Qué feliz fui aquella tarde!

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