Carretera perdida : PANTA REI

30 agosto 2009

Carretera perdida

A lo largo de estos dos últimos años he llegado a la conclusión de que dos cosas son necesarias para poder vivir en Angola: una, es una buena dosis de estoicismo, la otra no salir del país bajo ningún concepto.

Lo de ser estoico ayuda, como mínimo, a superar las continuas frustraciones que surgen en el día a día y a saborear las pequeñas victorias en un país en el que casi todo está aún por hacer. Desde esa óptica, podemos aplicar la premisa del gran Epicteto de Frigia: no quieras que las cosas sean como tú deseas, desea las cosas tal y como ellas son, y serás feliz.

Lo de no salir de Angola bajo ningún concepto parece una contradicción, pero tiene su lógica. Veamos, el caso es que tras unas cortas vacaciones en la vecina Namibia aun estoy con el síndrome post-vacacional ese, el cual, en Angola, puede llegar a multiplicar por tres sus efectos depresivos. Lo de no salir de Angola es, simplemente, para evitar ese mal vicio que tenemos los humanos, el de la comparación.

El viaje a Namibia lo hicimos de coche. Mil quinientos Kms para ir y otros tantos para volver. De esos tres mil, la mitad fueron por una carretera de la que ya poco queda, pues los morteros y las bombas reventaron la mayor parte de ella. Esa fue la vía de acceso de los Sudafricanos en el 75 cuando invadieron Angola, así que puentes e infraestructuras claves fueron dinamitados a conciencia.

Pues bien, la cuestión es que el gobierno se ha decidido a rehabilitarla o, mejor dicho, a construirla de nuevo, pues es la principal vía de entrada de las importaciones provenientes de la vecina Namibia y de Sudáfrica. El problema, el de siempre: la corrupción. El presupuesto inicial para su construcción era de 150 millones de dólares americanos; el coste real que reclama la constructora ahora (una empresa brasileña) es de más de trescientos millones de dólares, es decir, el doble de lo previsto. Alguien puede pensar en la inflación y todo ese rollo, pero la realidad es más pintoresca: una constructora brasileña que gana la adjudicación en el concurso público; un ministro que tiene una empresa fiscalizadora de obras y que, casualmente, es contratada por la constructora para supervisar a la misma; una empresa que no supervisa nada y una constructora que se pasa el proyecto inicial por el forro de los…; y a mitad de la obra, voilà, se sacan de la chistera un golpe maestro, se duplican los costes a una menor calidad. Vamos, el negocio redondo, el colmo de los colmos. Como bien decía el director del Instituto Nacional de Estradas de Angola en una reunión con la constructora y con la nueva empresa fiscalizadora contratada por este instituto para supervisar a la otra fiscalizadora que no fiscalizó nada (tiene huevos la cosa): hombre, mire usted, robar robamos todos, pero robar de esta manera es demasiado.

El resultado de todo este embrollo es que, de 500 Km de carretera desde Lubango hasta la frontera, tan sólo un tercio ha sido asfaltado (y lo mejor de todo es que lo han hecho de forma intermitente (ahora un trozo asfaltado, ahora otro de arena, ahora otro poco de asfalto y ahora otro tanto de agujeros), el resto, nadie sabe ni cuándo ni cómo lo acabarán, pero a quién le importa eso ahora cuando los bolsillos de unos pocos ya están llenos de dinero. Mientras, a lo largo del trayecto uno se cruza con grupos de jóvenes apostados a lado y lado de la carretera extendiendo una cinta o una cuerda haciendo las veces de peaje, reclamando una contribución del viajero por haber tapado los agujeros con arena y haberle hecho el viaje un poco más agradable. Paradojas de la vida.

Me perdonarán todos porque esto de comparar está feo, pero es que uno cruza la frontera (otro suplicio más) y el panorama cambia, ni agujeros, ni polvo, ni arena, ni piedras. Es más, mismo las carreteras secundarias namibianas (que no están asfaltadas), están en mejor estado que las propias calles de Lubango.

Y claro, uno al entrar en esas rectas interminables bien asfaltadas comienza a pisar el acelerador. Y es ahí cuando, entre risas y una buena kizomba a todo volumen, ¡zas! un radar escondido detrás de un árbol marca 120 km/h en un tramo de 60. Mierda, pero Rubén ¿tú has visto alguna señal? ¿Yo? Joder Misana, pero si con el polvo que aun llevo en mis gafas de sol, casi ni he visto a la gorda de la policía que se ha puesto en medio de la carretera para obligarnos a parar.

La mujer policía nos empieza a contar no sé qué rollo de la calibración del radar, nos muestra su licencia para usarlo y la lista de multas. La lista acaba en los 100 km/h, no hay multa por duplicar la velocidad. Voy a tener que llevar al señor a la comisaría, porque va a tener que pasar la noche en una celda a la espera de que el juez dicte mañana una sentencia. ¿Qué? Rubén, esta gorda debe de estar bromeando. ¿A prisión? ¿Por exceso de velocidad? Tranquilo Misana, vamos a solucionar esto, nadie va a ir a prisión. Tras 30 interminables minutos, explicándole a aquella mujer que veníamos de Angola, que no habíamos visto la señal, que acabamos de cruzar la frontera y que no conocemos bien la carretera y que bla, bla, bla, le pido a la señora que por favor nos diga cuál es la multa más alta, que le pagamos y que ponemos pies en polvorosa. Finalmente, tras diez minutos de dura negociación la mujer me dice que, haciéndonos un favor, le pague 2.000 Rands (unos 200 Euros) y solucionamos la cuestión. Pongo mi dinero dentro de mi pasaporte y la mujer nos deja ir, no sin antes recibir sorprendida un beso de mi compañero que no cabía dentro de sí de felicidad.

Otra paradoja, y esta de las buenas, un Angolano acostumbrado a que le pidan sobornos por cualquier cosa contento de felicidad por haber desembolsado 200 Euros al primer policía namibiano de turno. Aquella gorda se llevó el salario del mes a costa de su radar y de unos turistillas despistados, pues días después nos enteramos de que nada de prisión ni de juez por exceso de velocidad, que lo que hacen es retenerte la documentación del coche en la comisaría hasta que pagues la multa. Pues nada, que la mujer se sacó de la manga eso de pasar la noche en la celda y todo ese rollo para llevarse un dinerillo (y resultó que la gorda se llevó El Gordo). Al final de cuentas, lo de Namibia es corrupción tecnificada. Sólo rezo a Dios para que no se les ocurra en Angola comprarles radares a los policías, porque entonces sí que vamos a llorar, pero no de risa.

Tras el incidente, y tras pasar unos días viendo animales, relajándonos en buenos hoteles, en la sauna y en el jacuzzi, comiendo carne de todos los tipos, todo bueno, bonito y barato, enfilamos de nuevo la carretera perdida rumbo a Lubango. Nos venía una sonrisa de desprecio al ver todos aquellos coches namibianos preparados con todo para la aventura offroad (tiendas de campaña listas para usar, bidones de gasolina, palas, teléfonos satélite), corriendo por aquel paraíso de asfalto y arena. ¿Aventura? La aventura de verdad comienza ahora, en la frontera, en la carretera perdida.

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