Andanzas de un soba alemán, o la palabra de Dios no se come : PANTA REI

18 marzo 2009

Andanzas de un soba alemán, o la palabra de Dios no se come

Con la primera visita del Papa Bento XVI (también conocido como Benedicto) a África se ha puesto en movimiento todo el engranaje mediático que una visita de tal calibre merece. Tras su llegada a Camerún ayer, se espera el aterrizaje en Angola para este próximo viernes día 20.

En Camerún ya ha desatado a las masas de fieles que siguen todos sus pasos por la capital, Yaundé. Mientras, Luanda, la ciudad del caos y el desespero limpia su cara para mostrar su lado más humano a su distinguido invitado. La visita del Papa representa, para los angoleños, el reconocimiento de los avances realizados en tan sólo siete años de paz. Buenos augurios para el ego patriótico: lo hemos hecho bien, lo estamos haciendo bien, lo haremos aun mejor y he aquí nuestro regalo. Reconocimiento a los esfuerzos de reconciliación nacional. Y digo yo, qué niño le hace un feo a un caramelo después de portarse bien. Está muy bien venir a “rescatar los anteriores valores cívicos y la moral perdida” (según reza la iglesia angoleña), pero para eso Angola y los angoleños necesitan ser rescatados antes de su propio destino. Seguramente, el policía, aunque más íntegro tras una reflexión sobre su debilidad espiritual, continuará pidiendo gasosa (vamos, un incentivo) cuando le plazca, como hasta ahora. El nuevo angoleño necesita de nuevos valores y de nueva moral, y no precisamente de aquellos antiguos, forjados bajo el dominio del hombre blanco tras siglos de sumisión y explotación. Ya lo dijo el filósofo, que el hombre nuevo necesita de una nueva moral.

Pero lo que se viene celebrando en realidad no es otra cosa que los quinientos años de la llegada del hombre blanco civilizador a Angola. Quinientos años del éxito de la misión evangelizadora llevada a cabo por los primeros colonizadores portugueses. El éxito del proceso de conversión al cristianismo de las salvajes tribus africanas. Conmemoración del medio milenio de la imagen del colono portugués con la palabra de Dios en una mano y el látigo en la otra. Quinientos años conduciendo a los esclavos desde el interior del territorio hasta la costa para ser embarcados en un viaje de no retorno al nuevo mundo. De Angola salió la mayor parte de los esclavos necesarios para cubrir la espectacular demanda de las colonias portuguesas allá en América. Las plantaciones del Brasil devoraban mano de obra a un ritmo vertiginoso. Mientras, el colono blanco (que dormía con su Biblia debajo de la almohada) se adentraba en el interior del país para extraer su mayor riqueza, la mano de obra, al tiempo que iba plantando la semilla del Evangelio. Misiones católicas a cambio de… nada.

A pesar de su mal comienzo, la iglesia jugaría en tiempos posteriores un papel social importante e insustituible. Ya en el siglo pasado, en tiempos de la guerra civil (y una vez que los portugueses hubiesen abandonado ya el país amenazados por el negro revuelto contra su amo), la iglesia se convirtió en uno de los pocos actores que asistieron a una gran parte de la población, salvándola de una muerte segura. Los líderes tradicionales (los llamados Sobas) buscaban todo tipo de asistencia y protección -alimentaria, sanitaria y, por supuesto, espiritual- en las misiones, mientras las distintas facciones arrasaban aldeas y poblados para ganar terreno al enemigo. El papel de los misioneros entonces fue realmente digno de alabanza. La sociedad civil por aquel entonces se reducía a la Iglesia, principalmente católica. Sin embargo, más tarde con la llegada del ejército humanitario, su papel quedó relegado a un segundo plano.

Y eso es lo que se celebra en estos días. La llegada del Soba blanco, al país del Rey Negro. Visita de cortesía a sus fieles. Mientras la minoría adora a otro dios, en tierras del Rey Negro, el Soba blanco busca a sus fieles entre los más pobres. Africa es el continente que registra un mayor crecimiento del catolicismo -con un 17% de sus casi mil millones de habitantes declarándose como tales-.

Tras su parada en Camerún, su próxima escala llega a la capital de Angola, Luanda. Allí ya está todo preparado. Cosa increíble en un país en el que la agenda para cualquier evento está siempre en continua mudanza hasta justo el minuto antes del comienzo del primer acto. Si todo sale bien será, sin ningún lugar a dudas, un milagro. Y este ya quedará registrado en la cuenta del Soba, para cuando quieran beatificarlo algún día.

La palabra del Papa va a misa, como se suele decir. Lástima es que nunca, o casi nunca, éstas sean las adecuadas. Cuánto ayudaría oír salir de su boca ideas y conceptos “comestibles”. Qué bueno oírle gritar a sus fieles la importancia de la lucha por la mejora de la cobertura de sus necesidades básicas, como agua y saneamiento, en los barrios urbanos y peri-urbanos más pobres, sus barrios. Qué alegría si recordara a todos los presentes la importancia de los derechos de tenencia sobre la tierra de las comunidades rurales para poder garantizar la seguridad alimentaria de miles de campesinos. Cuánto ayudaría oírle hablar a toda la plana mayor del gobierno sobre la necesidad de continuar con la lucha contra el VIH-SIDA, así como de la planificación familiar. Cuán fantástico sería oírle hablar sobre la importancia que tiene el acceso a la educación para el desarrollo del país. Cuánto se avanzaría en la lucha contra la pobreza mejorando los servicios sanitarios y el acceso a los medicamentos y vacunas.

Pero no, eso no va a suceder. Ya antes de llegar a Angola su palabra destructora le precede. Todo el trabajo que cientos de organizaciones llevan realizando desde hace unos cuantos años puede irse al garete por culpa del integrismo ideológico del Soba blanco. Bien saben los misioneros que trabajan en el país que esta realidad no es la misma que la de allá en Roma. Quizás se pueda gritar en la plaza del Vaticano que los preservativos no son la solución para acabar con el sida. Allí el fiel siempre puede acudir -después de que acabe la misa- al hospital de su barrio y hacerse unos análisis a él y a su pareja, tras lo cual concertar una cita con la consejera sobre planificación familiar. Pero oír ese tipo de argumentos en el África de hoy, donde el sida es una arma de destrucción masiva, eso, eso es terrorismo divino. Mesianismo de destrucción masiva.

Desgraciadamente, la palabra de Dios no se come y tampoco sirve para evitar coger una sífilis, una gonorrea o el Sida. Lo que es verdad es que las calles de Luanda no están tan limpias como va a estar la moqueta roja sobre la que va a pisar su Santidad el Soba alemán. Otro milagro a contabilizar será si, tras besar el suelo angoleño el pobre hombre no coge una infección de caballo. Esperemos que no tenga el mismo vicio que su antecesor. Quizás el agua y el saneamiento hayan llegado hasta esa pista del aeropuerto, e incluso seguramente hasta las calles principales por donde pasará la comitiva con su papa-móvil. Unas calles despejadas de los eternos "engarrafamentos" que bloquean día y noche la ciudad, convirtiéndola en una pesadilla. Pero detrás del muro de adobe, allí, sólo la palabra de Dios habrá llegado, por el momento. Esperemos que en breve lleguen el resto de plegarias en forma de servicios básicos y de desarrollo socioeconómico. Nadie dijo que no haya que alimentar al espíritu, lo que se expone aquí es que también hay que dar de comer a la numerosa y extendida familia.

Así es que, por favor, cierre la puerta después de salir, no vaya a ser que entren los mosquitos malariosos de la letrina del vecino.


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