Viajes con Adriano : PANTA REI

30 enero 2008

Viajes con Adriano

M. Yourcenar escribe:
Una de las mejores formas de recrear el pensamiento de un hombre: reconstruir su biblioteca.

El gran periodista R. Kapuscinski solía viajar con su ejemplar de la Historia de Heródoto, el primer gran historiador clásico -por supuesto, griego- debajo del brazo.

Yo por mi parte, presa de la admiración por este gran personaje, empecé uno de mis viajes al África con mi ejemplar de Viajes con Heródoto en mi maleta, la última obra publicada del propio Kapuscinski antes de morir.

Me gustaba la idea que nos proponía K. de poder transportarse a la antigua Grecia en medio del estallido de la guerra de independencia en Kenia. Me atraía la posibilidad de poder formar parte de la avanzadilla griega enviada a la conquista de los territorios persas mientras se producía la revolución iraní de Jomeini tras la caída del Sha, dos milenios y medio después. Me fascinaba la predisposición de K. para partir en cualquier momento hacia un viaje de dos mil quinientos años de la mano de Heródoto. Quedaba perplejo ante la facilidad de abstraerse de un entorno amenazante y asfixiante en plena Somalia para asistir a la batalla de las Termópilas, o a la toma de Atenas por el ejército de Jerjes.

Con Viajes con Heródoto K. superponía realidades y tiempos no tan diferentes entre sí, ni tan alejados.

Ambos son verdaderos libros de viajes, con personajes y viajeros de verdad. Porque viajar no sólo significa ir de un sitio al otro. Viajar se trata de investigar, de intentar aprehender la cultura, vivirla, de frustrase por la imposibilidad de saltar el muro de la incomprensión y de la incomunicación, darse de cabeza contra él hasta resquebrajarlo, desesperarse al darse cuenta de que uno sólo habla con sombras, de que la realidad aun queda muy lejos de donde nos encontramos –justo a nuestra espalda-, de que se necesita toda una vida para poder comprender al otro. Viajar se trata de ser consciente de nuestras limitaciones a la vez que de nuestras semejanzas con el otro.

Porque los libros de viajes no son esa mierda de despojos de 400 páginas paridos como churros a lo Javier Reverte y sus sueños de África. Viajeros y libros de viajes hay de muchos tipos, pero Heródoto y Kapuscinski eran tan parecidos como auténticos.

Sin ser consciente de ello, yo tuve mi propio Heródoto desde hace once años. Ahora que me paro a pensarlo con detenimiento me doy cuenta de que esa inquietud por lo desconocido que dormitaba en mí nació por aquel entonces y sobrevivió enterrada durante diez años. Iba yo a segundo de bachillerato cuando en la clase de filosofía Juanjo nos obligaba a pasear durante una hora a la semana por las salas del palacio imperial en Roma; nos invitaba a conocer la Alejandría egipcia, a unirnos a las largas y duras campañas militares contra los bárbaros allá en las provincias limítrofes del imperio; nos empujaba a dialogar con los tribunos, a asistir a las interminables sesiones del Senado y a enviar órdenes de suicidio a senadores sediciosos.

Memorias de Adriano de M. Yourcenar es el resumen de la vida de un gran hombre que antes que nada tuvo que convertirse en viajero para poder legar un imperio tal y como lo había concebido durante sus largas noches consagradas al insomnio. Como Adriano le escribía a su futuro sucesor Marco Aurelio “a lo largo de veinte años de poder, pasé doce sin domicilio fijo”. A través de Adriano, y tras tres intensas lecturas en estos últimos diez años –además de aquella primera que se alargó durante todo un curso escolar- he podido construir una imagen del viajero que querría ser, pero al que por desgracia intuyo nunca lograré parecerme. Tal y como Adriano le explicaba a Marco:

Pocos hombres aman durante mucho tiempo los viajes, esa ruptura perpetua de los hábitos, esa continua conmoción de todos los prejuicios. Pero yo tendía a no tener ningún prejuicio y el mínimo de hábitos.

Y es que es muy duro vivir sin las largas sesiones de Play Station purgantes para el alma, o sin la última copa en el Kentucky, incluso sin el insuflo de amistad de una noche de jueves en la Bauma, y no digamos ya sin los paseos en bicicleta de madrugada, volviendo a casa por la Gran Vía con el aire fresquito acariciando mi rostro algo castigado por unas copas de más. Qué decir de esos paseos dominicales en bicicleta con mi roomie hasta casi Mataró, dibujando el perfil del antiguo camino de ronda romano; o la clara y las olivitas antes de la comida del sábado; unos boquerones en vinagre; un solomillo de pato con medallones de foie...

Que nadie se engañe, que el emperador dormía entre sábanas de seda y su amado Antínoo le preparaba un baño de agua caliente cada noche aun estando en plena campaña militar en Palestina. Y es que precisamente por eso el gran Adriano es mi Heródoto. Los estados del alma hay que inducirlos a cada momento y en ello nuestros héroes juegan un papel crucial. Yo ya elegí al mío: tan equilibrado y coherente como desequilibrado y contradictorio pueda ser yo.

Aquel vetusto y desgajado ejemplar traducido por Julio Cortázar que había sido leído ya cuatro años antes por mi hermana mayor y que luego heredé yo por aquello de economizar, se coló en mi maleta para acabar ganándose el derecho inalienable y perpetuo a seguirme por dondequiera que vaya, si es que finalmente acabo yendo a algún sitio.

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1 comments: on "Viajes con Adriano"

Anónimo dijo...

Estem d'acord en el concepte de viatger ideal; els iankis en dirien "easy-going" de la gent així: els que s'adapten a tot, que saben reaccionar, curiosos sense ser tafaners, els que ens porten pau en moments de lluites internes...de veritat creus que encara no t'hi assembles? En això ja no estem d'acord.
Ah! i, encara que només sigui fins a Ocata, aquest hàbit espontani jo el vull recuperar un dia \0/