
El sábado, como mandan los cánones, nos levantamos tarde y hacemos el ronso. Gabriel y yo ponemos a punto nuestra Villa. Sus moradores durante el próximo año serán los Villanueva y Villarubia. A la tarde, toca aprovisionarse bien de cerveza y comida. Se juega la final del Afrobasket: Angola contra Camerún. Todo el país está pendiente de la gran final y quién somos nosotros para no santificar igualmente este gran evento. A eso se le llama integración. Nos vamos al mercado a comprar. Vincent necesita unos tejanos, yo una camisa y unas chanclas. Finalmente, salgo triunfante con una radiante camisa a rayas rosas y blancas de segunda mano (sólo 200 Kwanzas, unos dos Euros). Ya puedo ir a cualquiera de las fiestas de la cooperación sin dar el cante. Las chanclas, otro día será, así que para ahogar las penas compramos dos botellas de JB y otra de Passport Scott Whisky (a unos diez Euros cada una): una se queda en Lubango y las otras repartidas en cada una de las bases, que allá el líquido de oro no tiene precio.
Acabamos de aprovisionarnos: unas cuantas Quilmes, aguacates, frijoles, jinguba (la tapa nacional, cacahuetes tostados), queso y bananas. Nadia, que es nicaragüense nos prepara esta noche un guacamole y un plátano frito para chuparse los dedos. Gabriel pone el toque europeo: tortilla de patata. Yo meto mano en todos los platos y pincho un poco de música mientras voy catando las Quilmes (ese es un trabajo arduo y complicado, no penséis que es moco de pavo, porque...y si la cerveza no tiene la calidad suficiente? Eh? Yo soy el encargado de darle el visto bueno y de que los demás puedan beber sin preocupaciones superfluas, únicamente disfrutando del sabor y aroma de la cebada). A las siete y media, nos sentamos ante el televisor a ver cómo Angola se proclama, jugando en casa y por quinta vez, campeona de África. La euforia se desata en las calles de Lubango. Nosotros, un poco perjudicados por el alcohol nos retiramos a dormir.
Domingo por la mañana. Toca fregar los platos de la noche anterior. Salimos para la cascada de Huila a pasar el día. Una buena caminata por la zona hasta llegar a una aldea pintoresca, la Cascada se llama (no muy original, por otro lado). Sus moradores, una familia bastante extensa. No quiero ni imaginar los comportamientos incestuosos que se dan allí. Vincent, negocia la compra de una cesta de morangos (unos fresones, vamos). Seguimos a tres de los miembros de la pequeña comunidad (no sabemos si son hermanos, primos o qué; les preguntamos pero no contestan, para mí que no saben la diferencia) hasta sus campos. Uno de ellos lleva un pendiente chapado en oro que, como mínimo, es de su madre y encima de pinza, que luce tan orgulloso él. La verdad, ya que tiene el valor de ponerse eso, también lo podría haber tenido para hacerse el agujero, digo yo. Se acaba de ganar una foto. Como séquito, un puñado de chavales que nos siguen mirándonos atónitos: blanquitos domingueros ataviados con cámara de fotos y de video yendo a comprarles una lechuga y fresas (somos como japoneses en la Sagrada Familia). Compramos la cena y bajamos de nuevo hasta el coche. Unas N’Golas, unos choricitos, Kizomba, Bob Sinclair…y para casa.
Para cenar, una ensaladita rica, rica, frijoles molidos con queso (otra vez la influencia nica se deja notar y, ummm, qué rico) y albóndigas, todo regado con unas buenas Quilmes y sazonado con salsa de curry. Vemos un par de documentales y a dormir. Ha sido un fin de semana gastronómico, desde Falcon’s hasta nicaragua, pasando por Argentina...
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