2011 voló, se escurrió entre los dedos.
La hoja de ruta fue apretada. Saltamos de un lado para el otro, desde las tierras altas con aroma a té de Gurué, en Mozambique, hasta la meseta central de Huambo y Bié en Angola.
Por el camino, cargamos unos cuantos sacos del aromático arroz de las tierras costeras de Angoche, en Nampula, y otro poco del regadío de Nante (Baixo Licungo), en Zambezia. Esquivando mosquitos malariosos, con éxito en el primer caso y con efectos febriles en el segundo.
Entretanto, muchas conversaciones con campesinos y funcionarios de todos los rangos, muchas entrevistas, muchos cuestionarios y, sobre todo, muchos datos.
Millones de datos que juntar, ordenar y analizar.
Datos de los que extraer interpretaciones de la realidad, en el interminable transcurso de la lucha por el conocimiento y el aprehendizaje de lo que nos rodea.
Demasiados informes serios a lo largo del año han provocado que este blog haya estado limitado a una serie de anécdotas y curiosidades, además de imágenes. Y me atrevo a decir que así seguirá el año próximo, pues ésta es la inevitable conclusión, una vez que se ha superado la etapa de excitación del viajero novato, del desplazado temporal, y se alcanza la naturalización del trabajador permanente, aquel que pisa en terreno de ese tal Desarrollo Internacional (aunque tal internacionalidad dependa del lado desde el que se mire, claro).
Las historias sobre el África las asumo, cada vez más, como elementos naturales en vez de aventuras, como anécdotas en vez de capítulos trascendentales de una vida. Para las segundas, ya existen otros blogs. Para las primeras, nada mejor que un cóctel explosivo a base de cinismo y relativismo cultural. Dos comprimidos al día, uno al levantarse y otro antes de dormir.
Yo, por mi parte, pienso empezar el nuevo año despiojándome en un rincón de Panamá.
Y lo digo sin acritud.
Y lo digo sin acritud.
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