Lost : PANTA REI

12 noviembre 2008

Lost

No sé cómo decirte, que he perdido los zapatos otra vez, rezaba la canción de Nena Daconte.

Sentado en el carro del equipaje una tras otra iban pasando las maletas frente a mis narices (totalmente taponadas, por cierto, gracias al descomunal resfriado que me llevé de recuerdo en la última noche de fiesta con los amiguetes). La cinta escupía maletas sin parar, pero no la que debía: la mía. La desesperación empezaba a adueñarse de mí a medida que me iba quedando sólo en la cinta número cinco. ¡¡Escupe la mía de una puta vez, joder!! Mis súplicas no fueron escuchadas, pero mis peores temores se hicieron realidad, ¡¡la maldita mochila se había perdido!!

Y fue entonces cuando me vi recitándole al hombre del mostrador del Lost and Found aquello de: no sé cómo decirte, que he perdido mis zapatos otra vez…y mis calzoncillos y mi pijama y mis camisas y mis latas de foie y mi maldita maleta para todo un año. Lo siento señor, no sabemos si se perdió en Múnich o está perdida aquí en Heathrow, en cuanto sepamos algo le avisaremos, de momento tome este desodorante y este kit de aseo. ¿Aseo? ¿Y quién quiere lavarse? ¡¡Yo lo que quiero son mis latas de foie y mis DVDs de la tercera e irrepetible temporada de Doctor en Alaska!!

Mi periplo había empezado el día anterior, martes. Y empezó más bien como el culo. Y es que se tiene que tener muy mala suerte para que de los cuatro vuelos hasta Lubango, ¡te falle el primero! Pues dicho y hecho, el Barcelona-Múnich se retrasó una hora y algo por culpa de la niebla y ¡zas! resultó que el maldito avión Múnich-Johannesburgo va y sale puntual. Toda la planificación milimétrica de semanas al garete. Tras haberme asegurado tres azafatas que ningún enlace corría peligro, que llegaríamos a tiempo, y correr como un energúmeno por medio aeropuerto bávaro nada más alentador que llegar al mostrador para embarcar y no ver ni a una alma. Las diez de la noche y todos los alemanes en sus casitas durmiendo puestos de cerveza hasta el culo –y doscientos pasajeros rumbo a Johannesburgo en ese mismo momento, de entre los cuales uno muy satisfecho por poder dormir estirado en un asiento libre a su lado-, y yo allí tirado diciéndole al tío de la Lufthansa que o llegaba a Namibia el jueves antes de las diez de la mañana para coger el vuelo para Angola de las doce o me buscaba plaza en un safari-exprés, porque ya no había otro hasta el domingo.

Suertudo yo, que al día siguiente podía volar bien tempranito de Múnich a Londres-Heathrow para coger un vuelo a la noche directo a Namibia llegando según lo previsto para el vuelo a Angola. Único inconveniente, tener que cambiar al aeropuerto de Gattwick. Bien, no hay problema, me pillo el tren con mi mochilita y listo. Deme mi habitación para esta noche que no ha sido nada. ¿El señor querrá su maleta ahora o la facturamos directamente para Londres y usted la recoge allí? Bien, mañana la recojo en Londres, mejor.

Pues bien, cuatro días después la mochila va y aparece en Johannesburgo, y una semana después, a día de hoy, aun no ha llegado a Angola. Parece que mis latas de foie quieren ver mundo y no quieren regresar a casa. Pero que se preparen, porque tarde o temprano llegarán y cuando lo hagan no habrá pan duro que las salve de su destino fatal.

Afortunadamente, justo llegar de nuevo a Lubango puse en marcha los mecanismos de la cooperación internacional. No en vano, a las cinco horas ya contaba con cuatro camisetas, un pijama y dos pantalones: el kit de supervivencia, vamos. Y a las doce horas ya con un kit ampliado gracias a la omnipresencia de los comerciantes asiáticos: ¡¡viva los chinos!! Así que al encontrarme ya con mis necesidades básicas cubiertas nada mejor que una sesión de diez horas de la tercera temporada de Lost, sí señor, trece capítulos uno detrás de otro, sin anestesia ni nada, con el único avituallamiento que unos cuencos de palomitas y a la espera de empezar con la cuarta temporada -aun sin desprecintar- que me mira desde la estantería. Hay que aprovechar las casi veinte horas de energía diarias que tenemos ahora. Que dure.

Y así empezamos hoy, tras un puente de cuatro días de fiesta aquí en Angola, a buscar la forma de llevar un dinerito a casa, que no sólo de grandes series vive el hombre. El dinero vuela aquí y uno no sabe ni cómo ni por qué agujero se escapa. Y es por eso mismo que me he visto obligado a convertirme en una prostituta de la cooperación: me alquilo por días, por horas, por proyectos, por lo que haga falta. De momento, vamos a disfrutar estos días de relativa calma en la ciudad, que la semana que viene me toca el primer “servicio”: fotógrafo de postín para dar fe de una actividad de delimitación de tierras en una comunidad cercana a Lubango.

Nota mental: tengo que saber por qué Angola y Mozambique son los dos únicos países del mundo donde las cerraduras funcionan en el sentido contrario y las manetas de las puertas abren del contrario; debo intentar comprender la arquitectura portuguesa; analizar cómo unos colonizadores así de chapuceros pudieron tener semejante imperio.


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