Al César lo que es del César : PANTA REI

17 marzo 2008

Al César lo que es del César

La tensión hubiese podido cortarse con un cuchillo aquella tarde de sábado del quince de marzo. Las miradas fijas en el suelo, los rostros de concentración, las expresiones casi dramáticas y el silencio sepulcral delataban un nerviosismo inquietante entre la tropa, por otra parte normal antes de cualquier batalla. Finalmente, llegamos al enclave a la hora señalada. Bajamos todos de los carros y nos reunimos con carácter urgente. Mientras nos repetíamos que todo iba a ir bien, que no pasaba nada porque estaba todo controlado, que estábamos allí para cumplir nuestro objetivo y volver a casa sanos y salvos, distinguimos en el horizonte el despliegue del enemigo. Descendieron la ladera como una manada de hienas, profiriendo gritos de guerra y lanzando provocaciones en las que nosotros no pensábamos caer.

Faltaban diez minutos para la hora marcada. El lugar, el campo de deportes de Chicomba. El objetivo, humillar al enemigo y dejar lo más alto posible nuestro honor. Los medios, una pelota paquistaní –por supuesto, child free labour made-, dos palos y una cinta de tela haciendo las veces de portería a la africana y un campo atravesado por un camino de cabras y con más agujeros que en las arcas del ayuntamiento de Marbella. Los testigos, medio pueblo con un grado de alcoholemia más que perjudicial. Los ejércitos, la 8ª Legión Logística y la 4ª Columna de Seguridad Alimentaria (del proyecto PEARSA).

Tras las instrucciones de última hora, el pitido dio inicio a una batalla encarnizada que debiera durar noventa minutos. La cosa comenzó bien, nuestra defensa –formada por la vieja guardia del departamento logístico- repelía las embestidas de una infantería casi imberbe reclutada de entre la pacífica población de beneficiarios del proyecto PEARSA –hay que decir que de forma ilegal, de acuerdo a la jus in bello-. Tras la emboscada inicial del enemigo, nuestra caballería –la joya de nuestro ejército, formada por nuestros soldados más jóvenes, fuertes y sanos- conseguía contraatacar y tomar a su retaguardia por sorpresa. Fue una verdadera carnicería, pero un ataque por el flanco derecho de sus arqueros hizo que nuestra embestida se estrellase contra el poste de la portería contraria por dos veces. Sin embargo, un error de uno de nuestros comandantes que dejó sin cobertura a nuestros lanceros en la retaguardia provocó que el enemigo abriera brecha con su infantería y marcara un gol más que dudoso. Tras ese duro golpe, enviamos al grueso de la tropa al ataque. El desgaste que sufrimos fue demasiado alto. No pudimos romper sus defensas, pero conseguimos que no pudieran salir de su campo, conseguimos neutralizarlos.

Tras un receso de quince minutos para recuperar a la tropa, reiniciamos las escaramuzas. Nuestras líneas de avituallamiento habían sido cortadas por el enemigo. Nuestros soldados, ya castigados por el duro invierno angoleño y por años de batalla y malos vicios, comenzaron a enfermar y a perder empuje. Nuestro ejército no estaba acostumbrado a este terreno tan pedregoso e irregular. Eso dio alas a su infantería, rejuvenecida y acostumbrada a luchar en ese tipo de campos. A pesar de la desilusión reinante entre la soldadesca conseguí enviar a un emisario hasta la retaguardia, aislada del grueso de la tropa, para que enviaran por una ruta secreta el avituallamiento tan necesario para nuestros hombres. Así, un pequeño pelotón cargado de víveres consiguió revitalizar a la vieja guardia. Decidimos descuidar deliberadamente nuestra defensa, ya que no conseguíamos parar sus continuas y cada vez más peligrosas embestidas, para lanzarnos a una lucha de guerrillas. Yo mismo opté por permanecer junto a la vieja guardia, defendiendo nuestra portería hasta la muerte. A pesar de todos nuestros esfuerzos, en un descuido nos vimos sorprendidos por el flanco derecho y en una internada consiguieron batirme por segunda vez. Estábamos heridos de muerte, pero lucharíamos hasta el final. El orgullo de la 8ª Legión Logística fue suficiente para machacar a la infantería contraria. Una y otra vez nuestros arqueros, que cubrían a la vieja guardia desde el flanco izquierdo, causaron bajas innumerables entre su ejército. Fue justo en ese momento en el que una emboscada planeada brillantemente por nuestra avanzadilla guerrillera tomó por sorpresa al guardameta contrario y consiguió rodearlo. El balón lo atravesó, entrándole por debajo de las piernas e hiriéndolo mortalmente, lo que nos dejó más cerca de la victoria.

El enemigo se desmoronaba por momentos. Su maltrecha moral se estaba convirtiendo en su peor enemigo, su repliegue era cuestión de tiempo. Y así fue, montaron barricadas, se acantonaron y se prepararon para aguantar nuestro asedio. Cuando ya los teníamos al borde de la rendición, nuestro césar nos obligó a la retirada. Había firmado un armisticio con el rey de los bárbaros. A la señal del pitido final el enemigo explotó en júbilo, pues habían ganado una guerra que ya empezaban a dar por perdida.

Pero oíd bien lo que os digo bárbaros ignorantes: disfrutad ahora de vuestra gloria pasajera, porque dentro de poco, muy poco, vais a probar el sabor de la derrota. Aguardad a la batalla en nuestro terreno, sólo esperad a que la inocente población civil de la que os habéis nutrido esta vez deserte y se esconda en las montañas para que no podáis llevaros a sus hijos. Esperad hasta entonces y reíd después, si es que aun podéis.

Tras la retirada forzada y ya de vuelta en la base de Chicomba, nuestro césar y el rey bárbaro decidieron preparar un festín en honor a la recién estrenada paz. Se mató un cabrito para honrar a los dioses y se asó al estilo argentino, se roció con litros de cerveza y se amenizó con música de ambos imperios. La kizomba y la tarrazinha sellaron viejas heridas de guerra. La noche acabó en bacanal y sólo terminó cuando la fuente se secó y la cerveza dejó de correr. Ya a altas horas de la madrugada, hermanados los dos ejércitos nos emplazamos para una revancha en igualdad de condiciones y acabamos dormidos unos encima de los otros, como no podía acabar de otra forma una bacanal romana. Y es que al final siempre hay que darle al césar lo que es del césar.

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