Con sólo una palabra... : PANTA REI

14 junio 2007

Con sólo una palabra...

Paz y serenidad al atardecer, en tu regazo... ¿Hay acaso algo mejor que eso? ¿Existe algún otro momento que pueda saciar tanto el espíritu a cambio de tan poco? Cientos de pensamientos aprovechan entonces para arremolinarse en mi cabeza. Y entonces tú preguntas: -qué; y yo respondo con un: -nada; ese nada que, en realidad, intenta abarcar todo lo que quisiera decirte pero no puedo, simplemente porque no sé por dónde empezar.

Y mientras Bruno aspiraba la brisa que pesadamente llegaba del río, Martín recordaba momentos parecidos en aquel mismo parapeto con Alejandra. Acostado sobre el murallón, con la cabeza sobre su regazo, era (había sido) verdaderamente feliz. En el silencio de aquel atardecer oía el tranquilo murmullo del río abajo mientras contemplaba la incesante transformación de las nubes: cabezas de profetas, caravanas en un desierto de nieve, veleros, bahías nevadas. Todo era (había sido) paz y serenidad en aquel momento. Y con tranquila voluptuosidad, como en los somnolientos e indecisos instantes que siguen al despertar, reacomodaba su cabeza sobre el regazo de Alejandra, mientras pensaba qué tierno, qué dulce era sentir su carne debajo de su nuca; esa carne que en opinión de Bruno era algo más que carne, algo más complejo, más sutil, más oscuro que la mera carne hecha de células, tejidos y nervios; pues también era (pongamos el caso de Martín), era ya recuerdo y, por lo tanto, algo que se defendería de la muerte y de la corrupción, algo transparente, tenue pero con cierta calidad de lo eterno e inmortal; era Louis Armstrong tocando su trompeta en el Mirador, cielos y nubes de Buenos Aires, las modestas estatuas del Parque Lezama en el atardecer, un desconocido tocando una cítara, una noche en el restaurante Zur Post, una noche de lluvia refugiados debajo de una marquesina (riéndose), calles del barrio sur, techos de Buenos Aires vistos desde el bar del piso veinte del Comega.

Y todo eso lo sentía a través de su carne, de su suave y palpitante carne que, aunque destinada a disgregarse entre gusanos y grumos de tierra húmeda (típico pensamiento de Bruno), ahora le permitía entrever esa especie de eternidad; porque como también alguna vez le diría Bruno, estamos de tal modo constituidos que sólo nos es dado vislumbrar la eternidad desde la frágil y perecedera carne.

Y él había suspirado entonces y ella le había dicho "qué". Y él le había respondido "nada", como respondemos cuando estamos pensando "todo". Momento en que Martín dijo casi sin querer, a Bruno:

—Aquí estuvimos una tarde con Alejandra.

Y como si no pudiera detener su bicicleta, perdido el control, agregó:

—¡Qué feliz fui aquella tarde!


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