El Proceso : PANTA REI

08 enero 2009

El Proceso


La cita era en la Dirección de Lubango a las nueve, en la puerta un policía con cara de pocos amigos repartía documentos a la muchedumbre apelotonada. Conseguí bloquear la oleada de usuarios y encarar al policía. Bom dia chefe, eu vinha a apresentar o meu Proceso. Vai então para aquele predio lá na frente e pergunta ao meu colega sobre o Proceso. Afortunadamente ya había sido advertido antes sobre los intentos de despiste de los funcionarios angoleños, así que mi objetivo seguía siendo claro: el Edificio de la Dirección, ningún otro. Sin embargo, después de unos cuantos empujones, de coladas de unos y de otros a derecha e a izquierda, mi muralla humana cedió y dejó paso a la ola humana a la procura de sus documentos.

Por acaso había otra puerta de entrada al Edificio, totalmente libre, sin policía ni nadie vigilante –el doble acceso inutilizaba la férrea seguridad del policía apostado en la otra puerta, un sinsentido más en aquel cuchitril que albergaba a la Dirección-, por la que me colé como una culebra. Mi misión, llegar al primer piso y preguntar por la señora Paula, la jefa de todo el tinglado que habría de arreglarme todo el papeleo y dejar listo para sentencia mi Proceso. Entre empujones y sorteando ladrillos y escombros –pues parecía que el cuchitril estaba siendo rehabilitado, que buena falta le hacía- logré acceder al primer piso.

El desánimo cundió en mí cuando me informaron de que la señora Paula ya no trabajaba más en la Dirección. Había sido trasladada a otra sucursal. Mi Proceso, por aquel entonces, corría serio peligro. Eché un vistazo a mi alrededor, tres despachos medio improvisados y separados con tablas de madera pintadas de un marrón oscuro de mal gusto era todo lo que la Dirección ofrecía al apretujado usuario. Tras una de las mamparas -apuntalada con una tabla para soportar el embiste de los sudados usuarios- cuatro policías de tránsito y dos secretarias se apresuraban a fabricar fardos con documentos que luego amontonaban en un ya de por sí saturado despacho. A mi derecha se podía ver lo que parecía uno de los futuros despachos de la Dirección, un amplio y luminoso salón vacío y aun manchado por salpicaduras de cemento, sin pintar y con el suelo por pulir. Parecía que la Dirección se preparaba para vivir mejores tiempos, aunque desafortunadamente mi Proceso no iba a verlos llegar. Habría de conformarme con que pasara a formar parte de una de las altas y amarillentas columnas de papel que tapaban la vidriera del despacho –en realidad, lo que quedaba de ella, ya que era una presunción lo de que en otros tiempos hubo algo parecido a una vidriera que debió de conferir a aquella sala un aspecto brillante y diáfano-, arriesgándome a que declararan mi Proceso como extraviado y tener que iniciar nuevamente todo el trámite.

Conseguí meter mi cabeza por uno de los agujeros de la mampara y pedir a una de las secretarias que por favor me diera el modelo de formulario para poder presentar mi Proceso. A pesar de que los afilados cantos del cristal eran un peligro –el agujero era como una guillotina cerrada alrededor de mi cuello- y de estar jugándome la integridad física, la mujer levantó con desgana la cabeza de su montaña de papeles y me susurró algo que no logré entender. Al tercer intento por hacerse oír –y no porque hiciera el mínimo esfuerzo por gritar más sino porque justo en ese instante la máquina de escribir, el único indicio en toda la Dirección de la modernización que estaba sufriendo aquella burocracia, dio un respiro a los ajetreados funcionarios y a los apretujados usuarios- me dio una hoja donde especificaba toda la documentación a presentar para el Proceso. O senhor faç favor de me fazer tres fotocopias desta folha e de me trazer quando acabar. ¿Había oído bien? Aquella antipática mujer no me pedía, me exigía, hacerle tres copias de la hoja informativa si pretendía querer saber la documentación necesaria para mi Proceso. Abandoné la Dirección y me dirigí a recopilar todos los documentos. Hice las tres fotocopias solicitadas y dos horas después volví al edifico. Nuevamente, me colé por la puerta libre y accedí al primer piso. De nuevo mi cabeza metida en el agujero de la mampara y mi brazo por otro resquicio le hacía llegar el papeleo junto a las solicitadas fotocopias. Mi humilde contribución a la Dirección fue recompensada con una simple pero valiosísima información. O senhor faç favor de se dirigir ao Comando Municipal da Polícia para apresentar o seu Proceso. De nada, de nada, no se merecen hombre, con mucho gusto, siempre dispuesto a ayudar a la Dirección, pensé casi a ras de lengua. Me dispuse a abandonar el Edificio enfadado, di media vuelta y por el rabillo del ojo vi caer en la mesa de la mujer un billete de cien dólares y la consiguiente sonrisa de la que hasta entonces parecía una mujer amargada. La gasosa –como supe tiempo después que le llamaban a ese tipo de obsequio los funcionarios de la Dirección- la dejó caer otro usuario que también luchaba por agilizar su Proceso. Ante tales artimañas el inocente –o pobre- usuario corría el peligro de pasar a engrosar los cimientos de las columnatas de celulosa de estilo dórico de la Dirección.

Tras pagar religiosamente los servicios de la burocracia estatal, en el Comando Municipal de la Policía dieron entrada a mi Proceso y me tranquilizaron asegurándome que ellos mismos lo llevarían a la Dirección, momento a partir del cual podría pasar a recoger mi Documento Definitivo D-13B, con lo que el Proceso se daría por finalizado. Por el momento tenía que pasar, de nuevo, por el Edificio a recoger mi Documento Provisional P-13B. Recorrí el mismo camino, una vez más, hasta la ya más contenta señora del primer piso. Esta me mandó al patio trasero del Edificio a recoger el Documento Provisional. El cuchitril del patio trasero era realmente nauseabundo. Para llegar a él uno tenía que salir a la calle y entrar por un callejón lateral que rodeaba el Edificio hasta desembocar en un patio lleno de inmundicia en el que desaguaban las letrinas de las casas circundantes. Para colmo cuando salí del Edificio había comenzado ya a llover a mares, por lo que el callejón se convirtió en un río de aguas fecales negruzcas y malolientes. Mis pies se hundían en el barro viciado, hediendo cada vez que removía el fondo de los charcos. Me tambaleaba a cada salto, mis zapatillas resbalaban y el peligro de caer de bruces en aquel lodazal inmundo mantenía todos mis músculos en máxima tensión.

Dudé un instante en entrar, ya que sobre la puerta había pintado un cartel que decía algo así como: Armazem Hirmaos no sé qué Ltda. Pregunté a alguien que se estaba resguardado de la lluvia en la entrada, efectivamente era allí donde emitían los Documentos Provisionales. Al entrar en aquel antiguo almacén el ruido ensordecedor del agua de la lluvia batiendo en la chapa de zinc del techo ahogaba el griterío de los usuarios que repetían su nombre al policía para que éste buscara su Documento Provisional entre el montón de papeles que acababan de bajar del primer piso de la Dirección –tras ser firmados por Doña amargada-. La visión era terrorífica. El antiguo almacén no tenía ya falso techo y se podían ver las oxidadas planchas de zinc del alto techo en forma de V invertida. Entre los restos del falso techo y las planchas habría casi cinco metros, por lo que el usuario podía dar rienda suelta a su imaginación intentando adivinar la fauna que habitaba en aquel oscuro y vacío espacio de entre los dos niveles. Las paredes estaban revestidas por rosadas columnatas de celulosa –éstas eran de estilo jónico- y muros de carpetas que contenían cientos de Procesos. Si estos eran antiguos, nuevos o inminentes eso nadie, ni siquiera los propios funcionarios de la Dirección, lo sabe. Uno podía llevarse, amparado por la confusión reinante en el lugar, todos los Procesos que quisiera sin que nadie los echara en falta. La posibilidad de que mi Proceso fuera a parar a ese lugar me petrificó. Mi estupor duró tan sólo unos segundos, el tiempo en el que tardé en bajar mi mirada del techo al suelo, el tiempo que tardé en entender que la sombra que acababa de escapar veloz por la puerta hacia el patio no era sino una rata-gato –lo de gato era por el tamaño, pero también por lo escurridizo y ágil del bulto-, mientras, los demás usuarios se limitaban a reírse al ver mi cara de terror. No obstante, mi cara respondía más al miedo que me provocaba la posibilidad de que mi proceso acabara en el estómago de una de esas –quién sabe cuánta fauna más había allí dentro, agazapada en la selva jónica- rata-gato que al propio animal.

A empujones conseguí acercarme a la secretaria que expedía los Documentos Provisionales. Sólo eran cien Kwanzas y ya tendría el ansiado papel. La pobre trabajaba al lado de la ventana, emitiendo los Documentos medio cegata por la falta de visibilidad. No había ni una triste bombilla en todo aquel cuchitril, aunque, por otro lado, de poco hubieran servido porque tampoco había electricidad, sólo montañas de papel. El policía que repartía los Documentos tenía que leer a contraluz de la poca claridad que entraba por la ventana en un día de tormenta como aquel, los nombres de los usuarios. Cuando fue mi turno la mujer empezó a emitir mi Documento, pero algo la hizo parar. La rata-gato de nuevo, pensé. Pero desafortunadamente era algo más grave: no tenía número de Proceso asignado, así que ella no podía emitir el Documento Provisional hasta que tuviera uno. Pero, cómo podía tener yo un número de Proceso si el Comando Municipal de la Policía no me había dado ninguno y eran ellos los encargados de obtenerlo de la Dirección, una vez presentado todo el Proceso. En fin, resignado volví a cruzar tambaleándome el río de inmundicia y corriendo bajo la lluvia me dirigí de nuevo al Comando Municipal.

El Proceso tenía que ser presentado ese mismo día o corría el peligro de incurrir en una falta grave y ser arrestado en cualquier momento. En la oficina medio inundada del Comando Municipal les pedí el número de mi Proceso. Ellos no me lo podían dar, tenía que ser la Dirección. Estaba prohibido sacar el Proceso del Comando ya que eran ellos los custodios del mismo hasta presentarlo en la Dirección, pero você mesmo pode levar o expediente para a Direcção, suponho que por uma vez não haverá problema nenhum, pergunte por o senhor Damião, me dijo el burócrata. Sin dejarle repensárselo ni medio segundo cogí mi Proceso y corrí de nuevo hacia el Edificio de la Dirección. Ahora me dirigí a uno de los despachos contiguos del primer piso y, por fin, le dieron entrada a mi Proceso. En la misma mesa, otro usuario se acercó a la funcionaria y le dejó caer otro billetito verde de cien dólares. La funcionaria, asaltada en lo más profundo de su pudor sólo pudo soltar un epa, obrigado meu hirmão. Sin embargo, mi Proceso estaba siendo dado de alta en los registros de la Dirección así que no lo estaría haciendo tan mal como las circunstancias se empeñaban en intentar hacerme creer. Una vez tuve mi número de Proceso, de nuevo a la ventanilla-guillotinada anterior a preguntar por el Señor Damião. Ahí estaba él, tecleando en su máquina de escribir el destino de otros usuarios. Allí estaba yo, esperando mi destino a manos de él. El burócrata envió a uno de sus colegas a por el bloc de los Documentos Provisionales. El señor Damião no parecía querer dejar volver al usuario blanquito al agujero de la rata-gato. Iba a tener la deferencia de ahorrarle tal sufrimiento por segunda vez. Su secuaz volvió ¡cuarenta y cinco minutos después!, con el bloc. Finalmente, mi Documento Provisional fue expedido, sólo un problemilla más se presentó: el burócrata en jefe tenía muchos Documentos para firmar sobre su mesa así que vai dar uma voltinha e volta só numa hora. Buuuuuuuf, tan cerca pero tan lejos, una hora suponía correr el peligro de que cuando volviera ya estuviera cerrado, o que mi Proceso se hubiese perdido y con él mi Documento Provisional, o que el burócrata en jefe hubiese salido a almorzar o a un entierro y no volviera hasta el día siguiente, o que mi Documento Provisional simplemente se traspapelara y nunca fuera firmado teniendo que empezar todo el procedimiento de nuevo, o que tuviera que soltar una gasosa para agilizar la mano signataria. No tenía más remedio que salir a pasear. Tras una hora volví al primer piso del Edificio, comencé a ponerme nervioso, no veía al señor Damião por ningún lado, y tampoco a su colega. Un sudor frío empezaba a incomodarme cuando para mi tranquilidad apareció el colega burócrata buscando algo en el bolsillo de su pantalón militar de policía. Cuando le pregunté por mi Documento, su cara de desdén acabó de hundirme, quiere gasosa, pensé, o, simplemente va a hacer que no se acuerda de mi Proceso y a volver a empezar. Sin embargo, sacó un papelito de su bolsillo y voilà, ahí estaba mi Documento Provisorio P-13B (mi carnet de conducir provisional).

El Proceso, sin embargo, continúa allí adentro, en algún fardo en la Dirección a la espera de una resolución satisfactoria para cerrarlo para siempre. Mi Documento Definitivo D-13B (es decir, el carnet de conducir angoleño) me espera en algún lugar, ni el dónde ni el cuándo ni, lo que es más difícil de sobrellevar, el cómo son seguros. Pero esto es un comienzo.




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