La verdad es que éste es un ejemplo más de cómo el proceso de globalización - fenómeno que elimina cualquier barrera geográfica, comercial y cultural - nos conduce inevitablemente hacia la homogeneización cultural.
A pocos debe escandalizarle ya este tema, y si lo hace, han tener en cuenta que el mismo dice mucho más sobre aquella parte del mundo que empaqueta y se deshace de lo que le sobra que de aquella otra que desempaqueta, selecciona y compra lo que le falta. Cuestión de oferta y demanda, para regocijo - y beneficio - de los intermediarios.
Que a nadie le asalte el sentimiento de culpa, por favor, que no le entren los remordimientos de conciencia y, sobre todo, que nadie reconsidere sus hábitos y costumbres durante la época navideña; pues la parte positiva de este nicho de mercado es que ofrece postales, como mínimo, pintorescas y simpáticas, aunque en la mayoría de los casos puedan ser principalmente surrealistas.
Sin embargo, el grado de surrealismo de estas situaciones es proporcional al grado de desconocimiento del observador de la relación real entre sujeto y objeto. En otras palabras, encontrarse con un campesino con un look moderno vistiendo una camiseta de Beyoncé en una comunidad remota de Angola, nos puede parecer simpático a priori e incluso sorprendernos, aunque tan sólo antes de saber que el sujeto es un fervoroso seguidor de esta cantante. Así mismo, nos podría arrancar una sonrisa encontrar a una mujer del campo angoleño vistiendo una camiseta del Che, aunque quien conozca el pasado comunista de este país puede llegar a la conclusión de que no es una casualidad y que la mujer sabía perfectamente lo que compraba aquel día en el mercado local. Igualmente, alguien puede pensar que un africano que lleve un gorro ruso - con aquellas alas acolchadas que tanto agradecen las orejas - en un día de sol y a 28 grados debe ser muy friolero o no saber que eso es un gorro que ¡usan los rusos!, aunque quizás cometa el error de obviar el hecho que, simplemente, el hombre compró ese en particular porque le quedaba bien, o quizás porque su vecino haya creado tendencia con el suyo de leopardo y la cosa haya derivado en una mera cuestión de querer - o tener que - ir a la moda.
En definitiva, que la base de las decisiones de cada individuo en lo relacionado con el consumo, es la misma en cualquier lugar de este mundo globalizado. El deseo de consumir llega a todo canto y persona de cualquier hemisferio, de una forma u otra, ya sea a través de grandes centros comerciales como de mercados locales polvorientos. Ese deseo nada tiene que ver, desde mi punto de vista, con la dignidad de las personas, pues todo aquel que conoce y es consciente de cualquier simbología o significado que pueda tener el producto escogido - la cara de un Che, un Michael Jackson o una Beyoncé - tanto puede pertenecer a un estrato social más elevado como a uno inferior, a una capital de país como a una aldea de provincia, a un país (económicamente) avanzado como a otro (económicamente) menos desarrollado. Y lo mismo con aquellos otros consumidores que no tienen ni idea de lo que consumen, mayoría ésta, irónicamente, allí en el Norte más (económicamente) avanzado. Quiero decir, mezclar aquí dignidad humana con hábitos de consumo es como sumar uvas y peras. En lo que algunos ven una amenaza y un atentado a la dignidad humana, otros ven moda a precio asequible.
De esta forma, un juicio de valor nunca debería ser hecho antes de conocer la relación del sujeto - comprador/consumidor - con el objeto - producto -, independientemente de la condición y procedencia del objeto. Que lance la primera piedra aquel(la) que nunca haya entrado en una tienda a mirar ropa y haya comenzado, sin darse cuenta, por la sección del género opuesto. Aquel(la) que de no haber podido contar con los millones de estímulos - colores, olores, fotografías, maniquíes, etc. - que indican que algo falla en esa sección habrían acabado comprando la prenda (socialmente considerada) equivocada. Deberíamos preguntarnos cuáles serían nuestros gustos y hábitos de consumo en ausencia de tales "ayudas". Eso es, precisamente, lo que ocurre con la ropa de segunda mano importada. Cuando uno llega a un mercado, empieza a buscar y rebuscar entre los fardos y montes de ropa algo que le guste y se le ajuste y no tiene esa cohorte de dependientes tras de sí ni de pistas que le guíen en su experiencia consumista, el resultado puede acabar siendo el mismo que el de esas mismas postales simpáticas y pintorescas de las que hablábamos antes.
Por otro lado, cualquiera de nosotros hemos heredado ropa de nuestros hermanos alguna vez en nuestras vidas, así es que qué diferencia hay en que algunos la "hereden" de sus hermanos (blancos) de más al norte (se oyen murmullos e insultos, se palpa crispación entre la plana de lectores). O mejor aun, ¿es que acaso no es super cool comprar aquella ropa de los 70 en esas tiendas fashion de segunda mano desperdigadas por el centro de algunas ciudades? Es sorprendente que el marketing haya conseguido el hito de llegar a diferenciar ese mercado del de, por ejemplo, la ropa usada de Cáritas: misma ropa para público diferente.
Yo, sin ir más lejos, allí en Lubango, heredé gran parte de mi armario de mi querido vecino Nelson.